Los peregrinos que estos días llegan a Roma, sufren en sus pies el mal estado de los sanpietrini, esos pequeños adoquines presentes en las calles del centro que nos conducen hacia una de las cuatro Puertas Santas. 

¿Cómo podemos hoy ser “peregrinos de esperanza”?, tal y como nos pide el lema del Jubileo 2025. Parece una pregunta difícil de responder, sobre todo cuando nos fijamos en el rostro de tantas personas que carecen de un hogar; cuando tocamos el cuerpo de quien ha perdido su vida en el mar, obligado a huir de su país; o en la mirada desesperada del joven que no logra encontrar un empleo digno. Si a todo esto sumamos las consecuencias de la DANA, es fácil que suframos, lo que el papa Francisco llama, el “cansancio de la esperanza”, que nos paraliza y “no nos deja ni avanzar ni mirar adelante”.

“estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; […] derribados, pero no aniquilados” (2 Cor 4,8-9)

Pero, en medio de todo, no faltan aquellos que con su cercanía son capaces de encender una lámpara de luz: voluntarios que ofrecen su tiempo limpiando barro; donantes particulares y empresas; o simplemente, quien evitando polarizaciones se empeña en el bien común. Con San Pablo podemos decir: “estamos atribulados por todas partes, pero no abatidos; perplejos, pero no desesperados; […] derribados, pero no aniquilados” (2 Cor 4,8-9).

Los cristianos, lejos de caer en un entusiasmo pasajero, estamos llamados a pensar en grande, a vivir y ofrecer un horizonte de esperanza, que como decía el Cardenal Martini: “su origen no es terreno […] sino que nos lo da el Señor”. Caminamos hacia un futuro que se nos ha prometido y que sale a nuestro encuentro de la misma manera que Dios sigue naciendo entre nosotros. 

La esperanza es un don recibido, que portamos en lámparas de barro y que debemos alimentar con el deseo de la Luz y con obras de caridad.

La Iglesia, peregrina de esperanza, nos ha recordado en el reciente Sínodo que la sinodalidad es una “profecía social” capaz de inspirar caminos de esperanza “a los pobres, a los últimos, a los excluidos, a los que no conocen el amor, […] o no creen en Dios” (n. 153).

Todos somos peregrinos en el camino de la vida, la cuestión es: ¿somos verdaderamente peregrinos de esperanza?