El cambio climático no solo transforma nuestro entorno natural, también está provocando una grave crisis humanitaria

Lucas Izquierdo. Cáritas Española

Muchas voces críticas, incluidas las católicas, se preguntan qué hace Cáritas hablando de ecología. “Algunas personas dicen que deberíamos seguir ocupándonos de la pobreza. Y en eso estamos, por supuesto —responde Alfonso Apicella, responsable de las campañas mundiales de Caritas Internationalis—. Combatir la pobreza es la prioridad número uno de Cáritas, y eso ni ha cambiado ni va a cambiar”.

“Lo que pasa es que esas mismas personas creen que ‘solo’ deberíamos trabajar en este ámbito —continúa Alfonso—, y ni se plantean que el medioambiente ya está teniendo un impacto muy fuerte en los países más pobres y en las comunidades con las que trabaja Cáritas”.

En efecto, son las comunidades pobres, rurales, indígenas… las más afectadas por el cambio climático y los desastres naturales que ocasiona. Además, son también las que carecen de recursos económicos y representación política para hacerse oír. Por eso, “es tarea de Cáritas dar voz a estos pueblos olvidados”, apunta el responsable de campañas de nuestra confederación internacional.

Más de 20 millones de desplazados

Así lo hicimos el año pasado con la publicación del informe Desplazados por un clima cambiante: voces de Cáritas que protegen y ayudan a los migrantes. Este documento muestra el drama de las personas que han tenido que dejar sus hogares por los efectos del cambio climático. Según los datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) que aparecen en el informe, “más de 20 millones de personas se han desplazado dentro de su país a causa de fenómenos meteorológicos extremos, lo que supone más del doble de los desplazados internos por conflictos armados”.

Esta trágica realidad de los migrantes climáticos afecta especialmente a África, pero también se está dando en América, Asia y Oceanía. En esta última, algunas islas del Pacífico corren el riesgo de desaparecer por el aumento del nivel del mar (las más pequeñas ya están desapareciendo), lo que está expulsando a su población.

Islas amenazadas

El director de Cáritas Fiji, Sirino Rakabi, relata lo que ocurre en Vunidogoloa, un pueblo costero de Vanua Levu, la segunda isla más grande de Fiji. Esta comunidad indígena de pescadores ha tenido que ser reubicada en terrenos más altos debido a la subida del nivel del mar. “Los aldeanos están sufriendo mucho por tener que abandonar la tierra sagrada de sus antepasados, mientras ven cómo sus lugares de enterramiento desaparecen bajo el agua”, añade Sirino. Otros han optado por emigrar a Nueva Zelanda, donde les está resultando muy difícil adaptarse.

“Es una pérdida cultural y antropológica incalculable”, añade Alfonso Apicella, quien describe el drama de los habitantes de otras islas del Pacífico, como las Carteret. Se trata de un anillo de seis atolones, a unos 80 kilómetros de la costa de Papúa Nueva Guinea, que poco a poco están siendo inundados. “Unas 3.000 personas están atrapadas en las islas, cada vez más pequeñas y hundidas, a la espera de que el Gobierno financie su reasentamiento en la parte continental de Bougainville. Mientras tanto, dependen de las escasas raciones de alimento que envía el Estado porque ya no pueden cultivar sus campos, dado que el mar inunda y erosiona la tierra, y la salinización del agua reduce las posibilidades de pesca”, explica Alfonso.

“Es una pérdida cultural y antropológica incalculable”

En estos atolones, Cáritas apoya proyectos de derecho a la alimentación a pequeña escala, como el cultivo de vegetales que no necesitan mucha agua o la puesta en marcha de un secadero de cacao.

Un paisaje lunar

Más ambicioso es el trabajo que nuestra confederación internacional (en este caso, Cáritas Irlanda) lleva a cabo en el condado de Turkana, en Kenia. “Es una zona muy seca donde llueve unos pocos días al año y donde el 60% de las personas son extremadamente pobres”, explica Alfonso.

Allí viven los Turkana, que eran pastores seminómadas que se desplazaban con sus rebaños de cabras según cambiaban las estaciones. Algunos también se dedicaban a la pesca, sobre todo los que vivían cerca del lago. Ahora el lago ha desaparecido, el paisaje es tan árido como la luna y el ganado ha muerto.
Algunos pastores han emigrado buscando lugares más verdes donde sus animales puedan comer y ellos puedan alimentar a sus familias. Otros se han convertido en campesinos. “Con la ayuda de Cáritas Irlanda están implantando sistemas de riego por goteo muy precisos, en los que solo caen las gotas necesarias para que cada fruto madure. Así se aprovecha el agua y las familias tienen acceso a frutas y verduras. Antes estaba en riesgo su propia subsistencia”, señala Alfonso.

El futuro de los Turkana

Sin embargo, a medida que el planeta sigue calentándose, el futuro se presenta muy difícil para los habitantes de Turkana. Aunque los esfuerzos mundiales para hacer frente al cambio climático se centran en mantener el aumento de la temperatura en 1,5 grados para 2030, un estudio ha demostrado que esta zona de Kenia ya ha experimentado una subida de 1,8 grados.

“Un incremento de unos pocos grados podría convertir Turkana en un desierto”, advierte el responsable de campañas de Caritas Internationalis. Como decía el papa Francisco en Laudato si’, este es “el grito de la tierra y el grito de los pobres”, al que debemos responder.