El 8 de septiembre es el Día del Cooperante, una fecha para reconocer la labor de quienes trabajan por los derechos y la dignidad de todas las personas en las zonas más empobrecidas del planeta.

En un momento de retroceso del multilateralismo y en el que incluso la propia cooperación internacional está en cuestión, queremos reivindicar a estas personas que muestran, día a día y en los contextos más difíciles de pobreza y violencia, su compromiso con la justicia y con los valores humanitarios que Cáritas defiende.

Porque, si algo define a nuestra entidad, es la cooperación fraterna con las Cáritas hermanas de otros países y, a nuestros cooperantes, su vocación de servicio a las personas y comunidades más vulnerables del mundo.

En este reportaje damos voz a cuatro de ellos, en “representación” de este colectivo —más de 2.300 españoles y españolas, según la Agencia Española de Cooperación para el Desarrollo (AECID)— y de esos pueblos tantas veces olvidados.

La cooperación siembra futuro donde solo hay olvido

Manuel Gutiérrez Chaparro, cooperante en Colombia y Venezuela.

Creo que quise ser cooperante desde niño, incluso antes de saber qué significaba. Mi primer contacto real con la cooperación fue tras terminar la carrera de Pedagogía, cuando viajé a Nicaragua para hacer un voluntariado en un colegio. Aquella experiencia me marcó y, tiempo después, emprendí el camino que me llevaría a Colombia, donde ya llevo 17 años.

Llegué casi por casualidad, para un proyecto de dos años, y descubrí que aquel era mi lugar en el mundo. Desde entonces he trabajado en los rincones más olvidados de la geografía del país. Los dos últimos años estuve en el Chocó, en una zona de difícil acceso del Pacífico norte, profundamente marcada por el conflicto armado, el desplazamiento forzado, la desigualdad y el abandono institucional.

Para mí, ser cooperante no es solo una profesión: es una forma de estar en el mundo. Implica compromiso, empatía y mucha humildad. Mi trabajo ha consistido en caminar junto a comunidades que ya resisten, que luchan por construir una vida digna y defender sus territorios a pesar de las adversidades.

La cooperación, cuando se hace bien, transforma vidas. Lo he visto en comunidades indígenas desplazadas que han podido retornar con garantías de seguridad y dignidad, gracias a proyectos que aseguran condiciones mínimas de vivienda, seguridad alimentaria o protección. Lo he visto también en mujeres que, tras años de silencio, lideran procesos comunitarios y se convierten en referentes de cambio.

Frente a quienes piensan que la cooperación genera dependencia, les diría que no es así. La dependencia real la provocan el abandono, la guerra y la desigualdad, que obligan a las comunidades a sobrevivir en condiciones de violencia, caridad o mercados injustos. La cooperación internacional, cuando es ética y está bien enfocada, no sustituye a las comunidades; potencia sus capacidades.

Reducir los fondos destinados a la cooperación no significa ahorrar; significa abandonar a quienes más lo necesitan. Yo seguiré apostando por una cooperación cercana, transformadora, y que acompañe más de lo que intervenga. Porque sí: la cooperación sirve. Sirve para sembrar futuro donde muchos solo ven olvido.

“Los recortes son un golpe muy duro para Filipinas”

Óscar Martínez Heredia, cooperante en Filipinas

Óscar tiene 30 años y lleva casi cuatro trabajando como cooperante: primero en Níger, donde vivió el golpe de Estado de 2023, y ahora en Filipinas, con Cáritas.

¿Puedes hablarnos de los proyectos en los que trabajas en Filipinas?

Actualmente llevamos a cabo tres proyectos. El primero, financiado por la AECID, se desarrolla en doce comunidades de Luzón. Acompañamos a Cáritas Filipinas y a cuatro Cáritas Diocesanas en la promoción de los derechos humanos, la agricultura sostenible, la creación de medios de vida alternativos y la preparación a desastres naturales. El denominador común de estas comunidades (seis de ellas indígenas), es su dependencia de la agricultura y la fragilidad de sus medios de vida. Cada año sufren el paso de varios tifones que destruyen sus cosechas. El segundo proyecto es de acción humanitaria en Bicol. Aquí, gracias a la Fundación Pascual, estamos reconstruyendo espacios de saneamiento y de acceso a agua potable en comunidades afectadas por varios tifones en 2024. El último es un proyecto educativo de las Hermanas Burdeos para niños de preescolar de Manila.

¿Qué importancia tienen los recursos económicos y humanos en este trabajo?

Obviamente los recursos son esenciales para dar un empujón inicial a las comunidades. Sin embargo, lo más importante en la cooperación es la apropiación del proyecto y el empoderamiento. Cuando una comunidad pasa de ser una “receptora de fondos” a ser la líder del proceso es cuando sabemos que el proyecto casi se ha logrado. En esta transición, la escucha de sus necesidades, su capacitación y la presencia de actores cómo Cáritas, que la acompañan, es esencial.

¿Qué va a suponer para Filipinas el recorte de los fondos para ayuda humanitaria y al desarrollo?

El problema no son solo los recortes, sino la pérdida de confianza de las sociedades que financian la cooperación. En Filipinas, este recorte ha supuesto un golpe muy importante para las comunidades vulnerables, que se han visto desprovistas de servicios básicos que el Gobierno era incapaz de proveer; un ejemplo es la asistencia a personas afectadas por el sida. No tenemos datos de cuántas personas se verán afectadas en total por esta reducción de fondos, pero sí sabemos que Estados Unidos contribuía con 180 millones de dólares cada año, de los que ha eliminado el 90 %. No necesito explicar al lector lo que eso supondrá en términos de oportunidades recortadas en el futuro.

“Me sobrecoge la resiliencia humana a pesar de las adversidades “

Javier Nievas, cooperante en Mali.

La región africana del Sahel sufre una crisis humanitaria extrema y crónica. Malí es uno de los ejemplos más dramáticos. La violencia permanente y los efectos del cambio climático someten a la población a desplazamientos forzados y hambrunas. En este contexto tan duro trabaja Javier Nievas, cooperante de Cáritas en Malí.

¿Qué fue lo que más te impactó al llegar por primera vez a Mali?

La combinación de la inmensa belleza del paisaje con la cruda realidad de la pobreza me sobrecogió. Admiré la dignidad de las personas, a pesar de las adversidades, y su increíble capacidad de acogida y resiliencia.

¿Cuáles son las principales necesidades de la población?

Yo trabajo con agricultores y pastores que sufren cotidianamente la escasez de agua, la inseguridad alimentaria y la falta de acceso a servicios básicos como la salud y la educación. A menudo, estas comunidades están desplazadas internamente debido a conflictos.

¿ Puedes compartir un ejemplo de cómo un proyecto de cooperación ha mejorado la vida de una persona o de una comunidad?

Un ejemplo notable se dio en Brakna [en Mauritania, otro país del Sahel donde también está presente Cáritas]. Allí instalamos pozos de bombeo solares, lo que permitió a una comunidad producir sus propios alimentos y vender el excedente, mejorando así su nutrición y sus ingresos. Recuerdo a Fatimatu, una joven madre que me mostró orgullosa sus zanahorias y batatas. Me dijo que, por primera vez, sus hijos tenían suficiente para comer y que podían vender lo sobrante en el mercado local, lo que les permitía pagar las medicinas y el material escolar.

¿Qué les dirías a las personas que dudan del valor de la cooperación internacional?

Les diría que sean más empáticos y que miren los resultados. La cooperación salva vidas, empodera a las personas y promueve la dignidad. No es una solución mágica, pero sí una herramienta vital para construir un futuro mejor.

“Vemos cómo los proyectos se hacen realidad”

Teo Lazo, cooperante en Etiopía.

Mi primer trabajo en Etiopía fue en 2012, en un proyecto educativo de las Hermanas Salesianas. El choque cultural se pasa rápido: a los tres meses la hospitalidad de los etíopes te hace entrar en su cultura y comprenderla. Sobre todo, valoro la importancia que ellos dan a la familia.

Y si hay algo que la población etíope me ha enseñado es su fortaleza y resiliencia. En Tigray, donde Cáritas apoya proyectos de ayuda humanitaria a familias que han sufrido el conflicto armado, ves a un pueblo que relativiza sus problemas y se sobrepone a ellos, a pesar de haber perdido sus casas, de estar desplazado, de haber soportado una guerra y de seguir viviendo en la incertidumbre de un contexto en el que, en cualquier momento, el conflicto puede reactivarse.

Cáritas Española también trabaja en proyectos de desarrollo en la región de Oromía. Son iniciativas en comunidades rurales, donde apoyamos especialmente a las mujeres que son cabeza de familia y que, en Etiopía, son consideradas ciudadanas de segunda. Con formación y ayuda económica, han aprendido a emprender y han puesto en marcha pequeños negocios como tiendas o la cría de caballos. Ahora pueden mantener a sus familias y apoyar a sus hijos con ingresos constantes que antes no tenían.

Cuando ves cómo un proyecto se hace realidad, cómo las personas salen de la pobreza, apuestas sin dudarlo por lo que en Cáritas llamamos la cooperación fraterna: ayudarnos de igual a igual para transformar la vida de quienes lo necesitan. Para ello en cada país del mundo, Cáritas cuenta con miembros de las comunidades y de las diócesis que conocen las necesidades locales.