La Palma es una isla herida. La erupción, hace dos años, del volcán Tajogaite, en el Parque Natural de Cumbre Vieja, dejó unas cicatrices en esta tierra y en sus gentes que todavía no han sanado.

Gema Martín Borrego. Cáritas Española – Fotos de Cristo Yusta

Visitamos La Palma el pasado mes de julio, solo dos días después de que se declarase un incendio que obligó a la evacuación urgente de los vecinos de Puntagorda y Tijarafe y que reabrió las heridas causadas por la erupción del volcán Tajogaite en septiembre de 2021.

Las huellas del volcán están por todo el Valle de Aridane: en la lava de hasta 70 metros de altura; en la ceniza que se sigue acumulando en edificios y cultivos; en las nuevas carreteras perforadas sobre coladas de 300 grados de temperatura; en las hileras de contenedores donde viven algunas familias que fueron evacuadas; en los hoteles y restaurantes cerrados; pero, sobre todo, en los propios palmeros, porque el volcán no solo ha cambiado radicalmente el paisaje de la isla, también la vida de sus habitantes.  

Algunos afortunados

Lila Camacho es una de las personas damnificadas por la erupción, pero aun así se considera una afortunada. Su casa estaba en el barrio El Paraíso (en el municipio de El Paso), justo debajo del volcán. “Eran las tres de la tarde del 19 de septiembre de 2021, y estábamos toda la familia reunida. De repente se estremeció todo, y oímos una explosión”. En unas pocas horas su casa, como todo El Paraíso, estaba bajo la lava. “A mí no me dolió tanto. A mi esposo sí, porque era el terreno que le dejaron sus padres, y en él construyó una bodega y plantó viñedos.

Era su vida”, lamenta Lila. Pero ella ve el lado positivo, y es que siempre tuvieron un lugar donde quedarse, primero en casa de un familiar y luego en una vivienda de alquiler. Ahora, con las ayudas de las Administraciones -60.000 euros del Ejecutivo central, 30.000 del Gobierno de Canarias, y 10.000 del Cabildo de la Palma-, quieren reformar una caseta que tienen en la playa. “El Señor me ha ido dando todo lo que iba necesitando”, asegura optimista, a pesar de que esos 100.000 euros se quedan muy lejos del valor de lo que han perdido.

Muchos, ni ayudas ni soluciones

En realidad, la mayoría de las familias siguen sin tener ayudas ni soluciones. Más de 7.000 personas fueron evacuadas durante los tres meses que duró la erupción –del 19 de septiembre al 25 de diciembre–, y casi 3.000 edificaciones se vieron afectadas, de las cuales 1.300 eran residenciales. “Las ayudas, además de ser insuficientes, solo son para las personas cuyas casas están bajo la lava –explica Melania Martín, coordinadora del Proyecto Emergencia La Palma de Cáritas Diocesana de Tenerife–. Aquellas que tienen su casa en pie, pero inhabitables, no pueden acceder a esas subvenciones”. En esta situación se encuentran las familias cuyos hogares están en zonas de exclusión –como las de Puerto Naos o la Bombilla, en las que no se puede vivir por la alta concentración de gases tóxicos–, aisladas por montañas de lava y sin carreteras de acceso, o con multitud de desperfectos.

Grisele fue evacuada de Puerto Naos, una localidad que se libró de los ríos de lava pero a la que las emanaciones tóxicas de CO2, provenientes del fondo marino tras la erupción, la han convertido en un pueblo fantasma al que solo se puede ir de visita supervisada. Nadie sabe cuándo podrán volver. “No tengo ayudas porque tengo casa. Llega un momento en el que piensas ‘ojalá mi vivienda estuviera bajo la lava’ –cuenta Grisele-. Voy los martes y miércoles a verla, a limpiar la ceniza que sigue entrando”.

Vivir en un contenedor

Grisele, después de dos años, pudo dejar el hotel hace un par de meses –se estima que unas 70 personas todavía se alojan en hoteles– y ahora vive en un contenedor de metal que le ha facilitado el Gobierno canario por un plazo de tres años. Después de tanto tiempo en un hotel, está feliz con su contenedor. “Al principio impacta. Pero pones tus cosas, una cama, y lo vas viendo como tu casa. Yo agradezco poder levantarme y comer cuando quiera. Aunque, cuando llega la noche y salgo a tomar el aire, parece que estamos en una base nuclear”.  

Mucha gente en el Valle de Aridane critica esas hileras de contenedores. Y con razón. Pegados unos a otros y sin aislamiento –“yo comparto bombilla con mi vecino”, añade Grisele–, fueron entregados sin acondicionar. “Muchos están abollados, dejan entrar el agua cuando llueve, y se oxidan”, explica Consuelo, voluntaria de Cáritas en un proyecto de personas mayores afectadas por el volcán. Hay un agravio comparativo entre las familias que recibieron pisos y casas de madera con respecto a las que recibieron casas modulares y contenedores. Fue una decisión arbitraria y no sabemos qué luz divina iluminó a las personas que la tomaron. 

‘Yo tengo 60 años, ¿cómo voy a construir ahora otra casa?’ No tenemos dinero; solo los 60.000 euros del Gobierno. Nosotros nos quedamos aquí”.

Algunas familias están resignadas a continuar allí. “Un matrimonio mayor nos contó que había perdido la casa a la que habían dedicado su vida y sus ahorros. El marido nos decía: ‘Yo tengo 60 años, ¿cómo voy a construir ahora otra casa?’ No tenemos dinero; solo los 60.000 euros del Gobierno. Nosotros nos quedamos aquí”. 

Otras familias prefieren las casas modulares a un piso de alquiler que no pueden pagar. Hay ayudas al alquiler, pero son insuficientes. El alquiler en la isla ha pasado de 400 a 700 u 800 euros al mes, una cifra que no puede pagar un pensionista o una persona que ha perdido su trabajo o sus tierras. Y es que el volcán ha agudizado el problema del paro y también el habitacional de una isla donde apenas se construye y no dispone de pisos de protección oficial.

Cáritas sigue ayudando a estas personas con el alquiler y con los gastos de acondicionamiento de los contenedores. También acompañan a las familias con la burocracia, gastos médicos, compra de alimentos y ropa, y con la reparación de sus viviendas. Hay muchas casas, lejos de los ríos de lava, con grietas, humedades y techos destrozados por las piedras del volcán o por sostener hasta 250 kilos de ceniza. La rehabilitación puede costar 30.000 euros; sus dueños han recibido un máximo de 3.000. 

Cáritas sigue acompañando

“El año pasado atendíamos a 300 familias al mes; unas 1.300 en total [ver gráfico página 15]. Dos años después, todavía seguimos atendiendo a muchas”, cuenta Cristina, trabajadora social de Cáritas Tenerife en La Palma. Una de ellas es la familia de Zacarías (62) y Consuelo, afectada indirectamente por el volcán, como mucha gente de la isla, que viven en la Casa de los Catequistas de El Paso, un espacio parroquial habilitado por Cáritas. “Vivíamos en un piso de alquiler en Los Llanos, pero la dueña perdió su casa de Todoque con el volcán y nos reclamó el piso para trasladarse allí”. Además, la tienda donde trabajaba Zacarías cerró. “Muchos negocios siguen cerrados, y se han perdido los plataneros. No hay trabajo en la isla, y sin trabajo, nadie nos alquila. Tendremos que irnos”, concluye Zacarías resignado.

Los curas del volcán

Domingo Guerra, párroco de la Sagrada Familia de El Paso, tiene 81 años y ha vivido la erupción de tres volcanes y, sin duda, ésta última ha sido la más destructiva. “Cuando estalló el San Juan, en 1949, yo tenía 7 años y estaba en el monte con mi padre y mi hermana cuidando el ganado. No podíamos ver por el humo y la ceniza, pero los animales nos guiaron a casa. En 1971 entró en erupción el Teneguía, yo vi la lava llegando al mar desde una falúa a solo cien metros –continúa Domingo–. Era un espectáculo. Estaba pegado al océano, por eso no hizo daño”.

En esta última el volcán no solo enterró casas bajo la lava, también expulsó ceniza, arena, rocas, que destrozaron carreteras, campos de cultivo, edificios, etc. La Parroquia de la Sagrada Familia estuvo abierta los 85 días que duró la erupción, y acogió –aun lo hace– a todos aquellos que lo necesitaron: familias, periodistas, vulcanólogos. “Yo no puedo permitir que una persona duerma en la calle”, dice su párroco.

La Parroquia de Todoque no tuvo tanta suerte como la de El Paso. Una semana después de que comenzase la erupción, la lava se la tragó. Su párroco, Alberto Hernández, recuerda vivamente la última vez que estuvo en la Iglesia. “Al día siguiente de ser evacuados, la Guardia Civil nos dio 20 minutos para volver a recoger lo que pudiéramos. Lo primero que saqué fue el Sagrario, y el momento más duro fue cuando cerré la iglesia. Pensé ‘¿Cuántas veces esta puerta se ha abierto para acoger celebraciones? ¿Y ahora a mí me corresponde cerrarla por última vez?”.

Alberto tuvo todos sus templos evacuados. “Actualmente seguimos teniendo cerrada la capilla de Puerto Naos, se perdió la parroquia de Todoque, que se ha fusionado con la de La Laguna, y hace un año pudimos volver a Las Manchas. Yo voy donde están mis parroquianos. Soy un cura itinerante”.

Sanar heridas

El acompañamiento emocional es una prioridad para Cáritas en La Palma. El destrozo del volcán es tan grande y duradero en el ánimo de los palmeros, como en sus edificios y sus campos. El colectivo de las personas mayores es el más afectado, por la dificultad para volver a empezar y por haber tenido que dejar una comunidad en la que llevaban toda su vida. Para ellos, Cáritas Tenerife puso en marcha en Los Llanos de Aridane el proyecto “Activados”, donde participan 21 personas mayores que se han visto fuera de su casa y de sus redes, en un sitio nuevo. “Llegaron muy tristes y perdidas, y poco a poco, han ido creciendo, al menos, en serenidad”, explica Marta Isabel, voluntaria del proyecto. Van cuatro días a la semana, y participan en actividades de ocio, cognitivas y de escucha.  

Cáritas también ofrece acompañamiento y escucha a todos los palmeros por parte de un grupo de trece voluntarios que han sido formados por los Religiosos Camilos que están especializados en asistencia en duelos.