Un año después de la DANA: la fuerza de la solidaridad
El 29 de octubre de 2024 quedó grabado en la memoria de millones de españoles.
Gema Martín Borrego. Cáritas Española
Aquella tarde, una DANA (Depresión Aislada en Niveles Altos) provocó un episodio extraordinario de precipitaciones en Valencia, Castilla-La Mancha y Andalucía, y desencadenó una de las mayores catástrofes naturales de la historia reciente de nuestro país. Las lluvias torrenciales y las posteriores inundaciones convirtieron calles en ríos, arrasaron viviendas y negocios, y se cobraron 237 vidas, la mayoría de ellas en Valencia. Fue un día trágico, pero también el inicio de una solidaridad colectiva con los damnificados que, un año después, aún perdura.
Y el agua subió
“Mi marido y yo estábamos viendo en la televisión lo que ocurría en Utiel cuando mi hija nos llamó para avisarnos de que el río Magro también se había desbordado en nuestro pueblo”, recuerda Fina Ferrer, voluntaria y directora de Cáritas en la parroquia de María Auxiliadora, en Algemesí (Valencia). “Levanté la persiana y vi muchísima agua en la calle. Nunca había visto algo así”.
En cuestión de minutos, el agua subió hasta casi un metro dentro de su vivienda. Como ella, miles de personas lo perdieron todo en apenas unas horas. En Algemesí, la riada alcanzó los dos metros de altura, anegó edificios públicos y viviendas, arrasó coches, puentes y cultivos, y dejó a los vecinos incomunicados durante días.
La tragedia se extendió a decenas de localidades valencianas y, en menor medida, a otras manchegas y andaluzas (Mira, Letur, Málaga y Jerez, entre otras), dejando un rastro de destrucción. Más de 30.000 personas se quedaron temporalmente sin trabajo y el impacto económico en la Comunidad Valenciana se estimó en 17.000 millones de euros. Pero, frente al caos y la tragedia, surgió una movilización social sin precedentes.
Una ola de solidaridad
Desde el primer día que fue posible, decenas de personas se lanzaron a ayudar a sus vecinos, y muchas otras viajaron desde toda España para limpiar las calles. “Los voluntarios son unos héroes, tanto los de aquí como los de fuera”, afirmaba entonces el párroco Óscar Benavent, de Algemesí. Familias enteras pasaban horas limpiando barro, recogiendo muebles destrozados y llevando comida a quienes lo habían perdido todo. Muchas personas se cogieron días de vacaciones para acudir a los pueblos más afectados.
A cientos de kilómetros de Valencia, en Jerez —donde el temporal fue menos trágico, pero también destruyó infraestructuras y viviendas—, Carlos, voluntario de Cáritas Joven, recuerda los días posteriores como una lección de humanidad. “Nos reunimos decenas de jóvenes para ayudar a limpiar casas. Estábamos día tras día, con palas y cubos. Fue increíble ver el ‘sí’ rotundo de todos los compañeros”.

«Nos reunimos decenas de jóvenes para ayudar a limpiar casas. Estábamos día tras día, con palas y cubos. Fue increíble ver el ‘sí’ rotundo de todos los compañeros”
Carlos, Voluntario de la Cáritas Joven
En una de las barriadas más afectadas, la del Portal, Cáritas Jerez abrió su centro social —situado en una zona alta y segura— a todas las familias que tuvieron que ser desalojadas. “Le dijimos a la gente que aquí iban a estar seguros y acompañados, y que podían permanecer todo el tiempo que quisieran porque tenían de todo: cama, ropa y comida —cuenta Pepi, trabajadora del centro—. Llegaron personas que vivían solas, familias con hijos y ancianos con máquinas de oxígeno”.
Entre las familias acogidas estaba la de María Luisa, que perdió su casa. “El agua llegó a metro y medio. Mis animales se ahogaron. Nos socorrieron las personas de Cáritas y nos llevaron al centro, donde los niños jugaban y nosotros nos contábamos nuestras desgracias”.
La reconstrucción
Un mes después de la DANA, Cáritas lanzó su plan de respuesta a la emergencia para ayudar a reconstruir los hogares y las vidas de las personas damnificadas, especialmente de quienes se encontraban en una situación más vulnerable —personas mayores, familias con niños, migrantes o personas que ya estaban en riesgo de exclusión antes de la emergencia— (ver “El gráfico” en la página siguiente). El plan cuenta con un presupuesto de 33 millones de euros y se desarrollará hasta 2027.
El acompañamiento no es solo económico. En Letur, por ejemplo, donde la riada se cobró seis vidas, Cáritas Albacete puso en marcha un centro de escucha y grupos de apoyo psicológico. Isabel, trabajadora del restaurante El Búho de Letur —empresa de inserción social impulsada por Cáritas—, fue una de las personas que acudieron a este recurso. “Para mí ha sido muy importante. Cuando te pasa algo que te rompe, es esencial contar con un sostén”, confiesa.
Isabel fue desalojada de su casa en el casco antiguo y se trasladó a vivir con su madre a la parte alta del pueblo. “Tenía tanto miedo que dormía con ella”, recuerda. Además, El Búho sufrió importantes daños y tuvo que cerrar durante nueve meses. Mientras tanto, Isabel fundó junto a otros vecinos la asociación Gatureños, dedicada al cuidado de gatos callejeros. “Ha sido una manera de sentir que sigo aportando, que la vida continúa”, explica.

Tenía tanto miedo que dormía con mi madre”, recuerda.
Isabel, Trabajadora del restaurante El Búho de Letur
Un año después, las huellas del desastre siguen siendo visibles, pero también lo son los frutos del trabajo colectivo. La reapertura de El Búho ha sido uno de ellos. “Es un rayo de esperanza para los ocho trabajadores”, afirma Rafa López, su gerente. “Hemos podido volver un poco a la normalidad, aunque no del todo, porque nos faltan las personas que ya no están con nosotros”. El negocio ha reabierto con un 60 % menos de ventas debido a las obras en la calle donde está ubicado, pero mantiene su apuesta por el empleo rural y la inserción social. “Nuestra idea es seguir en Letur, adaptándonos a lo que venga”, dice Rafa.



