Abrimos camino a la esperanza
Un relato de la experiencia del Camino de Santiago vivida conjuntamente por personas sin hogar y miembros de Cáritas.
Eva San Martín. Equipo de Sensibilización de Cáritas
La noche muchas veces se hace demasiado larga; la oscuridad parece interminable, densa, infinita, y parece ir más allá del amanecer. Cuando la mañana planta sus pies en otro día más, sin expectativa, sin novedad, volver a levantarse para simplemente sobrevivir no suele ser la mejor motivación para empezar un nuevo día.
De esta forma se sienten muchas personas que viven hoy en día la realidad del sinhogarismo. Viven atrapadas en una noche oscura y cerrada que no les permite vislumbrar la esperanza que aporta la luz, el comienzo de algo nuevo que cambie sus vidas: una oportunidad para salir del túnel donde están y empezar de nuevo.

Hacemos camino
Los primeros días de abril, y en el marco de la Campaña de Personas Sin Hogar que Cáritas impulsa desde hace más de 30 años, un grupo de 110 personas de 25 Cáritas Diocesanas disfrutamos de una experiencia de convivencia y fraternidad recorriendo juntos unos kilómetros del Camino de Santiago, en las vertientes francesa, inglesa y sanabresa. Allí nos encontramos personas sin hogar y personal técnico y voluntario de Cáritas, sin diferenciar quiénes éramos unos u otros. Un grupo de personas y nada más: unas más jóvenes, otras con más años; hombres y mujeres, casi en la misma proporción, dispuestas a vivir la aventura del Camino y a dejarnos sorprender.
Y realmente fue una sorpresa, un gran regalo que recibimos en este Año Jubilar de la Esperanza. Los miedos y las incertidumbres que planearon sobre nuestras cabezas al principio se fueron diluyendo al ritmo del encuentro. Todas las personas colaboramos, participamos, nos sostuvimos, nos ayudamos. Entre todas hicimos que esos días fueran una oportunidad para caminar juntas sin diferencias, desde la común dignidad humana que nos identifica e iguala: compartimos la vida y la mesa, hicimos turnos para las duchas, convivimos noches y días, escuchamos y acogimos lo sagrado de cada persona: las fragilidades y las tristezas, las risas, los deseos y los sueños.

Vivir en estado de alerta
Esta experiencia de salir a la intemperie, a ese lugar donde quedas expuesta y donde la verdad de ti misma se transparenta, es imposible que te deje indiferente.
Y las personas sin un techo o sin un hogar propio viven siempre expuestas. El descanso interior pocas veces llega; están en permanente estado de alerta. La violencia oculta de la calle se ceba con estas personas que, día a día, ven cómo sus derechos fundamentales merman o quedan en entredicho. Y qué decir de esos derechos tan humanos y cotidianos como el de sonreír o el de soñar; el de poder compartir los miedos o las alegrías… ¿Dónde quedan esos derechos que tan poco valoramos porque los damos por hecho?
“Yo deseo tener un hogar, esa familia donde todos nos ayudamos, implicamos y acompañamos para que los sueños se hagan realidad”.

Con el corazón lleno de nombres
Estas historias de vida se nos han grabado en el corazón. Ya no son personas sin hogar. María, Cornelia, Mamadou, Kami, Naomi, Ana, Omar, Freisy, Miguel… llevan el sufrimiento grabado en la mirada y en la sonrisa. Su resiliencia y fortaleza te conmueven, y las palabras se quedan cortas ante su ejemplo de vida.
Te das cuenta de que el dolor y el sufrimiento pueden llegar de muy distintas maneras, y no siempre tienes los recursos para superar tú sola los escollos: la falta de cariño o el abandono, una ruptura de pareja, un conflicto familiar, una mala decisión, la pérdida del empleo, problemas de salud mental o no tener una buena red de apoyo son factores que te pueden sacar del sistema en un abrir y cerrar de ojos.
Todas estas personas tienen en común el anhelo profundo de resurrección, de recuperar una vida plena en la que poder amar y ser amadas; en la que poder participar y aportar lo que son: sus habilidades, aprendizajes y experiencias. Son personas que han vivido la noche oscura y luchan por vivir cada día en la luz, y están profundamente agradecidas por esta oportunidad de amistad, de ser escuchadas y de poder escuchar.

Nuestra oración
Los símbolos que nos han acompañado en el Camino —las botas, la mochila, el bastón, las señales…— se consagran en la Compostela, ese campo de estrellas hecho de nombres y de historias.
Ante el Apóstol queda nuestra oración: “Ayúdanos a ser bastón y luz para otros, siendo apoyo sincero y recíproco, iluminando el camino con solidaridad y humildad. Queremos ser acompañantes en un nuevo camino de ilusión, empatía y nuevas oportunidades. Ruega por nosotros”.
