La extrema pobreza, el cambio climático y la violencia que se extiende por África, llevan a muchas personas a adentrarse en el Océano Atlántico en busca del “sueño europeo”.

Gema Martín y Jesua Piñar. Cáritas Española

El chico me dijo ‘sé fuerte’. Y yo dije, ‘no puedo, me muero’. Miré a mi izquierda, y solo vi gente ahogada. Miré a mi derecha y todo el mundo había muerto. Él me sacó del agua y me metió en el bote. Había 120 pasajeros antes de que volcase; solo quedamos siete. Llamaron al equipo de rescate y vinieron a por nosotros. ¿Por qué lo hicimos? No teníamos otra opción. O consigues llegar al país de tus sueños, o nada. No podíamos regresar. Es el destino; teníamos que hacerlo”. Para Aarya (nombre ficticio), como para tantos africanos, llegar a Europa es su “destino”; un sueño para ella y para su familia, que espera salir de la pobreza gracias al dinero que logre enviar desde el Viejo Continente.

Europa, ¿el destino anhelado?

Muchas veces la realidad del viaje y del país de destino es muy diferente a las expectativas iniciales. Pero esa es otra historia que, a menudo, no llega a la pequeña aldea de la que salió Aarya. Las noticias que suelen venir de Europa son los “éxitos” de los jóvenes que decidieron dejar su hogar para buscar un futuro mejor. Por eso, para ella es más importante no defraudar a su familia y a su comunidad, que los peligros de una travesía de 1.500 kilómetros en el Atlántico.

A pesar de lo que parecen sugerir algunas noticias publicadas en España, la migración desde África hacia Europa no ha aumentado significativamente en los últimos tiempos (ver gráfico de la página 15). Lo que sí ha cambiado es que se ha vuelto a cifras previas a la COVID-19 –cuando la movilidad cayó a mínimos en todo el mundo– y que se priorizan unas rutas frente a otras. “El aumento de la presión y vigilancia policial con la externalización de la gestión de las fronteras de la Unión Europea en el norte de África y la escalada de la violencia yihadista en zonas de Mali, Burkina y Níger, están provocando que las rutas interiores del continente hacia el norte (por Libia, Túnez y Marruecos) y a través del desierto del Sáhara se encuentren intransitables”, explica Jesua Piñar, responsable de Movilidad Humana para África de Cáritas Española y referente regional para el Norte de África.

Además, hay que tener en cuenta un factor que se repite cada año, y es que, desde agosto hasta finales de octubre, el estado de la mar y los vientos son muy favorables para las travesías, lo que ha hecho que esta época se denomine como de “las calmas”.

La mortífera ruta canaria

Estas son algunas de las razones que, según Jesua, explican “la reactivación de la mortífera ruta canaria”, una tendencia que comenzó en julio de 2023 y que supone una ruptura con la tendencia de descenso en las llegadas que veníamos observando desde marzo de 2022.

En efecto, solo en octubre llegaron 15.729 personas a las islas, lo que supera el total de llegadas en el año 2022. “Estos números históricos recuerdan a la llamada ‘crisis de los cayucos’ de 2006”, apunta el técnico de Cáritas. Ese año llegaron más de 31.678 personas a Canarias, una cifra que ya fue superada a principios del pasado mes de noviembre.

Por otro lado, si en 2022 los principales puntos de partida de África hacia Canarias eran Marruecos (Tan Tan, Agadir, etc.) y el Sáhara Occidental, ahora los botes están saliendo de Senegal y Gambia. “Son viajes de 1.000-1.500 kilómetros con una duración de entre 6 o 7 días en el mejor de los casos, pero que pueden alargarse varias semanas. Esta mayor distancia aumenta la peligrosidad del trayecto: hipotermia, necrosis, deshidratación, rotura de motor, perder el rumbo de destino, etcétera”, advierte Jesua, quien recuerda que “se han encontrado barcas a la deriva llegando al Caribe con todas las personas fallecidas en el interior”.

A pesar de esto, desde junio de 2023, El Hierro se ha convertido, junto a Lanzarote, en el principal punto de llegada de la ruta atlántica. El Hierro es la isla canaria más pequeña y la más alejada desde la costa marroquí, si no se consigue alcanzarla, más allá solo hay miles de kilómetros de océano.

Cambio climático y migración

“El cambio climático es otro de los grandes dramas del Sahel que empuja a la gente a migrar”, dice el padre Robert Diarra, director de Cáritas Diocesana de Ségou, en Mali. “Este año ha llovido muy poco, y cuando lo ha hecho ha sido en la temporada seca. En Mali hay mucha sequía, y como ocurre en todos los países del Sahel, los ciclos de lluvia están cambiando, lo que estropea las cosechas”. Este año se ha perdido la cosecha de arroz, lo que aumenta la inseguridad alimentaria y el riesgo de hambruna.  Los cultivos también se pierden porque la violencia y los conflictos obligan a los campesinos a abandonar sus tierras para salvar sus vidas.

¿Por qué jugarse la vida?

Pero las personas siguen poniendo su vida en riesgo para venir a Europa –según datos del Consejo Europeo, este año han fallecido 3.574 personas en las rutas mediterránea y atlántica–, y hay un buen número de causas que lo explican: “En primer lugar, la carencia de vías legales y seguras impide que los migrantes obtengan los permisos necesarios para ingresar y residir legalmente”, apunta este experto en Movilidad Humana. De hecho, la política migratoria europea se centra, casi exclusivamente, en el control fronterizo; unas fronteras que han trasladado su gestión a los países del Sur, a los que se paga para que eviten la llegada de migrantes a Europa, lo que genera nuevas rutas migratorias y contribuye al enriquecimiento de mafias.

El polvorín africano

A esto se suma la creciente inestabilidad en el Sahel: Malí, Burkina Faso, Senegal, Chad y Níger. Desde 2020, los golpes de Estado protagonizados por militares se extienden por el cinturón del continente africano, principalmente en los países del Sahel, pero también en África Occidental y Central con el más reciente ocurrido en Gabón el 30 de agosto de 2023. 

“La ola de inestabilidad política y social que arrasa el continente ha desembocado en diez golpes de Estado en siete países en los últimos tres años –señala Jesua–; una situación que podría agravarse si la crisis de Níger continúa y estalla un conflicto”.

Asimismo, “las repercusiones sociales de la crisis política en Senegal han hecho, de alguna manera, reaparecer los cayucos en la ruta canaria”. En julio, una condena de dos años de prisión por un delito contra la moral al principal líder opositor, Ousmane Sonko, provocó un estallido de protestas y después, una violenta represión. “Las detenciones masivas, los ataques a la libertad de expresión y aparición de civiles con armas de fuego junto a la policía, han azotado a la población local y han agudizado la voluntad de migrar de muchas personas”, explica el técnico de Cáritas Española.

Más mujeres y niños

Se está produciendo un cambio en el perfil de la persona que busca la ruta marítima para salir de África: ahora hay más menores y mujeres con niños a cargo. Se estima que más de 3.000 niños solos habrán llegado a Canarias este año. Las principales nacionalidades corresponden a Senegal, Costa de Marfil y Marruecos.

El factor humano

“Otra causa de la migración hacia Europa, en mi opinión la más importante, es el factor humano –añade Jesua Piñar–. No podemos olvidar la dignidad y la expectativa de progresar que tiene cada persona. Esa percepción de ser dueño de tu propia vida es un anhelo humano que ninguna barrera física ni administrativa puede frenar”.

Además, la falta de oportunidades en los países de origen y la presión comunitaria y familiar que reciben estos jóvenes para irse fuera es continua, y muchas familias se endeudan para cumplir el sueño de una vida diferente.

“Por duro que sea su tiempo en Europa, ninguna persona que migra se perdona regresar con las manos vacías. La falta de información de lo que se van a encontrar en Europa y las escasas vías legales les convierten en prisioneros, y el miedo a la vergüenza del fracaso les atrapa”.