Vivir sin hogar: nos puede pasar a todos
En la Semana de las Personas sin Hogar, que se celebra en octubre, Catalina Pereira alza la voz por todas las que siguen en la calle.
Catalina tiene 63 años y pasó uno de ellos viviendo en la calle. Esta gallega de Tenerife recuerda esos meses de 2020 y 2021 como “los más oscuros, tristes y difíciles” de su vida. Por eso y porque quedarse sin casa es algo que nos puede pasar a cualquiera.
Catalina y su historia
Aunque gallega de nacimiento, Catalina vivió en Asturias la mayor parte de su vida, donde trabajó y crio a sus tres hijos. La crisis de 2008 se llevó por delante el restaurante en el que estaba empleada desde hacía 12 años, lo que la empujó a abrir su propia tienda de alimentación que, después de unos años, empezó a ir mal. Esta circunstancia sumada a la muerte de su pareja –con la que llevaba conviviendo más de dos décadas–, la animó a cerrar el establecimiento y mudarse a Tenerife con su hija.
Ya en las islas “llegó la pandemia –cuenta Catalina–. El confinamiento hizo insoportable la convivencia; hubo muchos roces, y como no quería complicarle la vida a mi hija, cogí mi tienda de campaña y me fui”. “Primero me fui sola al lado de un campo de futbol, y luego a un barranco donde se refugian muchas personas sin hogar”. Allí Catalina lo pasó muy mal y con miedo: “Fue horrible. No duermes porque estás pendiente de pisadas, ruido, voces… No tienes nada que te proteja. No teníamos higiene, no podíamos cocinar. Yo no sabía que se podía vivir así”.
Dejar la calle
Quería dejar la calle, pero no sabía cómo hacerlo. “No sabía a quién llamar. Hay un teléfono para niños, para mujeres maltratadas, pero no hay un teléfono para personas sin hogar”. Por eso, pide información y rapidez a la hora de ayudar a este colectivo. “Todas las personas merecen ser ayudadas, pero cuando las ayudas llegan, la mayoría lleva mucho tiempo en la calle. Y eso dificulta aún más salir de la exclusión”.
“¿Dónde está la esperanza? –continúa Catalina– ¿En lo que ves por las mañanas cuando te despiertas? ¿O en un ángel que aparezca y te lleve a una casa? A mí ese ángel me llegó. Fue Cáritas. Yo he vuelto a vivir gracias a ellos”.
Una noche Catalina llamó a la policía, y ésta dio sus datos a Servicios Sociales. Poco tiempo después llegaron personas de la UMAC (Unidad Móvil de Atención en la Calle, de Cáritas) para saber cómo estaba, qué necesitaba, ofrecerle ayuda… “Ya no me encontraba tan sola”.
Finalmente consiguió plaza en el Centro Santo Hermano Pedro para personas sin hogar. “En el centro me han facilitado alojamiento y comida, me han gestionado trámites y me han dado bonos para la guagua. Pero yo también me he ayudado mucho a mí misma, me he formado, he trabajado y he ahorrado para tener mi propio piso de alquiler”, añade orgullosa. Es un piso que comparte con un antiguo compañero del centro “tranquilo y sin vicios”.
Mirar al futuro
Catalina quiere seguir en Tenerife, donde ha aprendido a vivir feliz sola. “Además, tengo a mi hija y nietos en Tenerife. No hay rencor; sería un peso más en mi vida con el que no quiero cargar”. Al futuro le pide seguir igual que ahora, tranquila, y con una casa. “Me da igual comer más o menos, pero la casa es sagrada. Eso lo aprendí rapidito”.