La salida de este número de la revista coincide con la publicación de la nueva exhortación apostólica del Papa. El día 4 de octubre Francisco nos regaló Laudate Deum, un texto que, una vez más, nos alerta sobre la crisis climática y pone el acento en la crisis ecosocial que vivimos y que expone a toda la humanidad, especialmente a los más pobres, a los impactos del cambio climático. 

Coincidía también su publicación con la apertura del Sínodo, un momento eclesial fundamental, en el que la Iglesia se pone a la escucha del Espíritu Santo para discernir el camino a seguir en la misión evangelizadora, desde la comunión y la participación. Es un Sínodo cuya principal tarea, dice el Santo Padre, es volver a poner a Dios en el centro de nuestra mirada, para ser una Iglesia que ve a la humanidad con misericordia. No es casualidad esta coincidencia, pues una de las primeras cuestiones a debatir en la asamblea sinodal es sobre el servicio de la caridad, el compromiso por la justicia y el cuidado de la casa común. 

Laudate Deum es un grito profético ante la falta de reacciones suficientes mientras el mundo que nos acoge se va desmoronando, tanto por parte de los poderes políticos y económicos, como por parte de las comunidades eclesiales y caritativas y por muchos de nosotros, ciudadanos de a pie. El cambio climático no es algo secundario, sino un drama que nos daña a todos y que pone de manifiesto un impactante ejemplo de pecado estructural.

En ese sentido, el Papa es firme en su denuncia ante quienes pretenden negar o ridiculizar sus efectos, incluso en ciertos sectores de la Iglesia. Por más que se quiera negar, esconder o relativizar, los signos del cambio climático están ahí, cada vez más presentes y amenazantes. Es necesario reaccionar y tomar medidas con políticas decididas, sugiere Francisco, porque detrás está la mano humana y un modelo tecnocrático, que no pone límites a los deseos y aspiraciones humanas con las últimas novedades tecnológicas. Lamentablemente este asunto no interesa a los poderes económicos, más preocupados por conseguir el mayor rédito al menor coste posible y en el tiempo más corto que se pueda. Es la lógica del máximo beneficio que hace imposible cualquier preocupación sincera por la casa común y por los descartados de nuestra sociedad. 

La exhortación es una llamada a recorrer juntos un camino de reconciliación con el mundo que nos alberga y embellecerlo con la aportación de cada uno. Ciertamente el daño está hecho, pero aún estamos a tiempo de evitar que sea mayor y crear una nueva cultura más respetuosa con la casa común. 

Fe y cuidados son realidades inseparables. Por ello alabemos a Dios y no pretendamos suplantarle, porque nos convertiremos en el peor peligro para nosotros mismos.