Lucas Izquierdo. Cáritas Española

Yaroslava Nagalina recuerda con claridad la mañana del 24 de febrero de 2022. “Ese día nos despertamos temprano, no recuerdo si eran las cinco o cinco y media. Me estaba levantando para preparar el desayuno de mi hijo mayor, que se iba a trabajar. Entonces escuché las explosiones, eran muy fuertes. Al principio pensé que se trataba de un relámpago o un trueno, pero el estruendo era más intenso, aterrador. Mi hijo dijo: ‘Esto es la guerra, mamá, la guerra’.”

Como le sucedió a Yaroslava, muchos de sus compatriotas ucranianos no podían creer lo que estaban viviendo. No entendían por qué, de repente, caían bombas sobre sus cabezas. Tardaron días en asimilar lo que ocurría, incluso en poder hablar de ello. “Daba miedo pensar que estábamos en guerra”, confiesa.

Tres años de guerra

Pero, tres años después de la invasión rusa de Ucrania, el conflicto continúa. Mira Milavec, responsable de la Emergencia de Cáritas-Spes Ucrania, describe el ánimo de la población con una mezcla de determinación y fatiga: “Algunas personas creen en la victoria y quieren luchar hasta alcanzarla; otras están cansadas de la guerra y solo quieren que termine”.

Ese final parece estar cerca, aunque, al cierre de la edición de esta revista, las negociaciones de paz se encontraban en un punto muy incierto, ya que Estados Unidos y Rusia habían dejado fuera de la mesa a Ucrania y a la Unión Europea.

Mientras tanto, la situación humanitaria sigue siendo dramática. Más de 12,7 millones de personas (el 36 % de la población) necesitan ayuda humanitaria, especialmente en el este y el sur del país. Tal como explican las Cáritas ucranianas, el acceso a las zonas cercanas a la línea de frente ha sido muy difícil en 2024, sobre todo a partir de la segunda mitad del año, debido al aumento de las hostilidades. El acceso a las zonas ocupadas es casi nulo.

“Los bombardeos han provocado importantes daños en la infraestructura civil, dejando a muchas personas sin refugio, electricidad y calefacción adecuadas”, explica Mira Milavec. “En el este y el sur, la situación es crítica. Allí, los ataques son constantes y muchas aldeas carecen de electricidad y gas”. Además, tras la explosión de la presa de Kajovka, muchas localidades siguen sin acceso a agua potable.

Volver a casa

un así, para los desplazados internos y los refugiados, regresar a casa es una prioridad: “Tan pronto como los territorios se liberan de la ocupación, muchos ucranianos intentan regresar —cuenta Mira—; por supuesto, si hay un lugar al que volver, porque muchos han perdido sus casas”. Las cifras oficiales hablan de 6,8 millones de refugiados fuera del país (según ACNUR), a los que hay que añadir 4,2 millones de desplazados internos.

Yaroslava y su familia han sufrido constantes desplazamientos. Ella vivía con sus dos hijos, su nuera y su nieta en Jersón, pero cuando los rusos entraron en la ciudad, tuvieron que huir a Mykolaiv. A las pocas semanas, los soldados rusos también llegaron a esa localidad y volvieron a escapar. Se refugiaron en Zakarpattia, en casa de su hermana. “Ocho personas en una casa son demasiadas, y mi hermana es muy mayor. Además, no había trabajo y era muy difícil para los niños. Así que decidimos mudarnos a Khmelnytskyi, que está más cerca de nuestra ciudad”, cuenta Yaroslava.

Tan pronto como escuchó que Jersón había sido liberada, corrió a su casa. No había luz, agua ni calefacción, pero al menos seguía en pie. “Con tantos desplazamientos forzados, estas personas se enfrentan a la pérdida del hogar, del trabajo y del acceso a servicios esenciales, como la sanidad, lo que agrava su vulnerabilidad”, advierte la responsable de Cáritas.

Cáritas y la reconstrucción

Cáritas-Spes les ayuda a recuperar sus vidas en la medida de lo posible. “Colaboramos en la reconstrucción de sus hogares y de sus medios de vida”, señala Mira Milavec. “Cuando regresé a casa, me proporcionaron un invernadero donde cultivo mis verduras y hortalizas. Es suficiente para mí y puedo darle algo a mis hijos”, añade Yaroslava, que ahora vive sola. Uno de sus hijos está en el frente y el otro reside en Khmelnytskyi con su mujer y su hija.

“La soledad es muy dura para mí”, reconoce esta mujer de 66 años, acostumbrada a tener su casa llena de gente. Cáritas-Spes también le ofrece apoyo psicosocial, al igual que a otros adultos y niños. “El impacto de la guerra en los niños es muy profundo —lamenta Mira—. Tienen ansiedad, depresión y miedo a los ataques. Muchos han sido separados de sus familias o se han visto obligados a abandonar sus hogares”.

“La soledad es muy dura para mí”, reconoce Yaroslava, de 66 años.

Desde febrero de 2022, Cáritas Ucrania (CUA) y Cáritas-Spes (CSU) —la católica de rito oriental y la católica de rito latino, respectivamente— han atendido a más de 4,8 millones de personas. “Para este 2025, las prioridades de Cáritas son continuar con la ayuda humanitaria en el este y el sur del país, poniendo la mirada en procesos de reconstrucción temprana y desarrollo en el resto del territorio”, concluye Carmen Gómez de Barreda, técnica de cooperación de Cáritas Española.