“Un buen libro es una ventana abierta al mundo”
El escritor nos habla de Mil ojos esconde la noche, su novela más ambiciosa
Gema Martín Borrego. Cáritas Española
El escritor Juan Manuel de Prada sorprende nuevamente con una monumental novela de 1.600 páginas, Mil ojos esconde la noche, que explora la compleja vida de la comunidad de artistas españoles en el París ocupado por los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. La primera entrega, La ciudad sin luz, publicada el pasado mes de mayo, ya ha alcanzado su séptima edición; todo un éxito para una obra que recoge lo mejor de la tradición barroca y esperpéntica en la línea de Quevedo y Valle-Inclán, y cuya segunda parte verá la luz en abril de 2025.
“La ciudad sin luz” narra las andanzas del falangista Fernando Navales, un escritor resentido y manipulador que, además de protagonista, es el narrador de la historia. A través de su mirada ácida y sin compasión, conocemos la otra cara de reconocidos artistas e intelectuales, exiliados de la Guerra Civil, que viven en Francia en condiciones atroces y se enfrentan a dilemas morales
por pura supervivencia.
“Mil ojos esconde la noche. La ciudad sin luz”
Editorial Espasa, 2024
Esta novela, la más ambiciosa de Juan Manuel de Prada, se centra en los artistas españoles que se exiliaron tras la Guerra Civil y que intentan sobrevivir en el París ocupado por los alemanes.
La obra entreteje magistralmente el universo de los refugiados españoles —tratados con desprecio, tanto por los franceses como por los alemanes—, junto con partidarios del régimen franquista y colaboradores del Tercer Reich. Un universo en el que encontramos muchos paralelismos con el mundo belicista en el que ahora estamos inmersos, con una guerra en Europa, otra en Oriente Próximo, y un trato inhumano a los migrantes que llegan a nuestro continente.
De todo ello hemos hablado con su autor, Juan Manuel de Prada, que además de escritor talentoso y multipremiado, es también una persona con gran conciencia cristiana y social.
¿Qué te ha impulsado a escribir una novela de 1.600 páginas que continúa las andanzas de un personaje, Fernando Navales, que creaste hace casi 30 años en Las máscaras del héroe?
Mientras buscaba documentación sobre una escritora catalana que vivió en París en los años 40, Ana María Martínez Sagi, me di cuenta de que eran muchos los artistas españoles que vivieron en París en esos años y que ahí había una novela que nunca se había escrito. Empecé a pedir expedientes policiales, consulté archivos en Francia y en España, y estuve leyendo todo el material de la oficina de la Falange en París.
Me encontré con una cantidad de documentos desconocidos, muy interesantes, que tenían un potencial novelesco muy grande. Y dado que Las máscaras del héroe también retrata un ambiente literario y artístico, y Fernando Navales es quien narra la historia, decidí recuperarlo como narrador y protagonista en esta nueva novela.
Se dice que cada vez leemos menos, pero tu libro va por la séptima edición.
¡Ojalá se venda mucho! Es cierto que, en España, desgraciadamente, cada vez se lee menos. Esto es preocupante porque cada vez hay más gente que tiene problemas de concentración, que no puede realizar esa inmersión intelectiva que se necesita para la lectura de un libro exigente.
No diré que mi novela es difícil, pero sí es para lectores exigentes, interesados en la cultura y con formación literaria, porque se habla de personas como César González-Ruano, Gregorio Marañón, Pablo Picasso o Ana de Pombo. Es una novela que busca un lector comprometido al que también le guste ser exigido. Yo no creo que exista la posibilidad del disfrute estético de un libro si uno no está dispuesto a que le exijan. Un libro no solo es para entretenernos, es para que nos deje una huella en el alma, para conocer el mundo. Un buen libro es una ventana abierta al mundo.
En tu novela la maldad se vislumbra en casi todos los personajes, desde el narrador hasta Picasso. ¿Tan pesimista eres acerca de la condición humana?
No. Lo que ocurre es que la novela transcurre en una época especialmente oscura de la historia de Europa. Estamos hablando de una nación, Alemania, con una ideología racista y expansionista, que quiere ser la dueña del continente. Pero esa ideología no es algo que caiga del cielo como un meteorito; no. Toda Europa era terriblemente antisemita. Curiosamente, España era uno de los países menos antisemitas.
Nunca tuvo legislación racial, a diferencia de Francia que sí la tuvo. Además, tras la ocupación, los franceses, mayoritariamente, aceptaron la dominación extranjera con naturalidad. Y hubo muchos colaboracionistas. Por eso, es inevitable que, en una situación tan excepcional, se generen conductas humanas deplorables.
¿Esto quiere decir que la naturaleza humana sea deplorable? No. Los seres humanos podemos estar condicionados por las circunstancias, pero nunca determinados. A través de la redención, Dios nos ha dado los instrumentos para rebelarnos contra el mal. Las personas tenemos un don precioso que es la libertad humana.
A mí me interesaba que la gente conociera la intimidad de algunos personajes que están encumbrados y que, más allá del juicio que nos merezca su obra, son personas lamentables. Así era Picasso. El caso de Gregorio Marañón es diferente. Tuvo conductas penosas, pero también heroicas. La mayoría de los personajes viven atenazados por el miedo, en circunstancias muy difíciles y sin documentación. Son supervivientes que han huido a un país donde creen que van a estar seguros y, de repente, ese país se convierte en otro cuando llegan los nazis. Eso los hace mucho más vulnerables. Y Navales se aprovecha de esa vulnerabilidad para intentar atraerlos a la Falange.
Además de los intelectuales, había medio millón de migrantes españoles viviendo en Francia en condiciones terribles.
Sí. Francia, la gran promotora de los derechos humanos, se comportó de forma repugnante con los españoles que cruzaron los Pirineos. Los mandó a las playas, los rodeó con alambradas y los dejó a la intemperie. Más tarde se construyeron barracones. Se supone que eran campos de refugiados, pero vivían en unas condiciones infrahumanas. Cuando estalla la guerra y los jóvenes franceses son reclutados, los puestos de trabajo más penosos los ocupan los españoles, que trabajan gratis a cambio de comida y de poder vivir en el campo de refugiados. Eran casi mano de obra esclava. Allí murió mucha gente.
Esta situación terrible parece muy lejana, pero se está repitiendo ahora con el trato que Europa da a las personas que llaman a su puerta. Estamos viendo esa política de desviar a los migrantes a centros de internamiento en otros países, como ha hecho Italia con los migrantes que ha enviado a Albania. Esto es abyecto. Una organización como la Unión Europea, que se funda con un espíritu de hermandad entre los pueblos de Europa, no puede tratar así a las personas. Pero esto no es nuevo. Europa lleva años pagando a Túnez, Argelia y Marruecos para que no les dejen llegar a Europa, aunque sepan que los van a meter en centros de internamiento inhumanos. Y los católicos debemos alzar la voz frente a esto por una cuestión moral, ética y cristiana.
¿Los cristianos tenemos la obligación moral de significarnos públicamente ante las injusticias y de comprometernos con los más vulnerables?
Sí. Creo que si ves a una persona que sufre, debes decirlo, acompañarla y, si está en tu mano, intentar mejorar su vida. De hecho, creo que la degeneración de los países europeos tiene que ver con el abandono de la tradición cristiana. Por ejemplo, en una sociedad cristiana todas las personas deben ser tratadas con dignidad y justicia. La justicia social es un concepto plenamente cristiano, y no solo eso, sino que una sociedad sin justicia social es una sociedad inhabitable.
La justicia social es un pilar para la convivencia porque vamos a conseguir que los hijos de aquellas personas que no tengan medios puedan estudiar y aportar a la sociedad; vamos a luchar para que los trabajos sean dignos. Pero, desgraciadamente, todo está tan ideologizado que muchas personas de derechas detestan la justicia social; y la izquierda detesta todo lo que tenga que ver con el cristianismo.
La grandeza del pensamiento cristiano es que tiene una visión abarcadora del ser humano. Hay que superar las ideologías. Yo prefiero a las personas que tienen una idea global del ser humano y de su lugar en el mundo. Eso no te lo da la ideología; eso te lo da el pensamiento cristiano.
Siguiendo con los paralelismos entre tu novela y la realidad actual, ahora se vive el mismo clima belicista que entonces. ¿Eres pesimista respecto a la situación internacional?
Soy pesimista porque creo que estamos en manos de gobernantes irresponsables, a los que no les importa llevar a sus países a la guerra. Lo que está pasando en estos momentos en Tierra Santa me parece absolutamente inaceptable. Es decir, que Estados Unidos y Europa no traten de detener a Netanyahu es increíble. También es muy grave que no se esté haciendo nada por parar la guerra en Ucrania, independientemente de que lo que haya hecho Putin sea inaceptable.
Están muriendo cientos de miles de personas en Europa y no entiendo que no se haga ningún esfuerzo por buscar la paz. ¿Qué queremos? ¿Una guerra nuclear? Ahora mismo estamos en una época especialmente peligrosa.
¿Crees que somos poco cercanos y empáticos ante lo que está sucediendo en Palestina?
Yo creo que, en estos momentos, las ideologías están obturando los cerebros. La gente de derechas piensa que Israel tiene la razón, y la de izquierdas apoya a Palestina. Y eso es una estupidez. Puedes ser de derechas y pensar que lo que hace Israel es un genocidio, y ser de izquierdas y creer que las acciones de Hamás son una salvajada.
En mi opinión, lo que está haciendo Israel es inadmisible desde el punto de vista del derecho internacional y de la pura racionalidad. Combatir a una organización, por muy criminal que sea, tirando miles de bombas sobre la población civil es inaceptable. Israel está generando una problemática terrible que durará muchísimos años. El odio que los palestinos van a tener hacia Israel será para siempre. Y el dolor y la violencia que eso va a generar durarán décadas.