Un grupo de mujeres sin hogar nos cuentan sus vivencias, sus sueños y sus pesadillas. Cáritas ha recogido estos testimonios en un informe que acaba de publicarse.

Gema Martín Borrego. Cáritas Española.

A Lorena le basta con “un trabajo, una habitación y un gato” para sentirse satisfecha. Lorena es el nombre ficticio de una mujer sin hogar que ahora vive en un centro residencial de Cáritas, y que ha querido contar su historia de supervivencia en la calle.

 “Lo primero que desearía es una situación estable, después ya podría pensar en otras cosas: un trabajo, una habitación y un gato; eso para empezar estaría muy bien”, añade. “Parece poca cosa, pero cuando no tienes nada, ni derechos, ni un lugar seguro donde sentirte a salvo, es un mundo”.

Su testimonio es uno de los muchos que se han incluido en el estudio sobre las mujeres en situación de sin hogar, que Cáritas acaba de publicar, y que precisamente lleva por título esa frase suya –tan sencilla, tan grandiosa– con la que hemos empezado este texto. Este informe nace del desacuerdo sobre que las personas que no tienen un hogar son invisibles, que no tienen voz. Y las mujeres, aún más mudas, aún más inapreciables. “Esta investigación trata de demostrar que esto no es así, y que la sociedad hace un esfuerzo consciente para no verlas, lo que demuestra que, precisamente, son muy visibles”, explica Marina Sánchez-Sierra, miembro del equipo de Estudios de Cáritas Española y una de las autoras del informe.

Mujeres sin hogar

Más mujeres en la calle

A pesar de que el sinhogarismo está cada vez más feminizado, el perfil que permanece en nuestro imaginario es el de un hombre que vive en la calle.

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), más de 28.000 personas sin hogar fueron atendidas en centros de alojamiento y restauración en 2022, lo que supone un incremento de un 24,2% en solo una década. De ellas, el 23,3% son mujeres.

En realidad, estas cifras oficiales se quedan cortas porque no recogen el sinhogarismo “oculto” que afecta especialmente a mujeres. “Las formas de exclusión re­sidencial propias de las mujeres se producen en el ámbito privado. Muchas se alojan en infraviviendas o en casas de familiares o amistades y, por tanto, permanecen invisibles al sistema debido a la dificultad de cuantificarlas”, explica Marina.

“Ellas tienden a agotar todos los recursos posibles para evitar la calle o los albergues donde se alojan mayoritariamente hombres –continúa Marina–. Nuestras conversaciones con personas sin hogar nos han demostrado que estos lugares entrañan un riesgo real para las mujeres, y que si los perciben como hostiles es porque son hostiles. Sus miedos están justificados, son fruto de la experiencia”, apunta.

Expuestas a la violencia

“En la calle no puedo dormir tranquilamente, porque viene alguien y te pega una puñalada, o te dispara o te viola”, relata una de las mujeres participantes en el estudio. “Los albergues también son peligrosos”, afirma otra. “Yo creo que las mujeres y los hombres no deberían estar mezclados”.

Los hombres también se enfrentan a un nivel muy alto de violencia en la calle. Las palizas y los robos son frecuentes, pero la violencia que se ejerce sobre las mujeres suma, a esa aporofobia y discriminación hacia las personas pobres, una violencia machista que las reduce a cuerpos que pueden ser utilizados. Las expone a una violencia sexual que, desgraciadamente en muchos casos, es una constante desde que eran niñas.

«Mi familia me decía que estaba loca, me pegaban con una sartén en la cabeza”, narra una de las mujeres participantes en el informe. “Me casé queriendo a mi marido y me pegó durante doce años. Aguanté porque tenía una hija”, añade otra.

En el estudio se recuerda que “el abuso dentro de la familia, durante la infancia y adolescencia, es una experiencia compartida por muchas de estas mujeres”. Y, de hecho, este factor es uno de los que más predisponen al sinhogarismo femenino en la actualidad, igual que ocurre con la violencia machista en el ámbito de la pareja.

Espacios seguros

Marina Sánchez-Sierra cree que estas mujeres necesitan “espacios físicos y sociales seguros para poder sanar las heridas que arrastran desde la infancia”. Un avance sería contar con más recursos específicos para mujeres (pisos, centros de día, hogares de acogida…) o ajustar el espacio y funcionamiento de los que ya existen, para que ellas se sientan cómodas y seguras.

De momento, el 32% de las Cáritas Diocesanas disponen de estos recursos, y trabajan para ofrecer a las mujeres servicios especializados que las ayuden a volver a ser ellas mismas. Y a tener un gato en su propia casa, si así lo quieren.

El perfil actual de una mujer en situación de sin hogar en España