Historias de la valla de Melilla

Gema Martín Borrego. Cáritas Española

En este reportaje os invitamos a viajar al sur; al punto más estrecho de la frontera del mediterráneo occidental, donde a Europa y África apenas les separan 14 kilómetros. “Esta es una tierra de encuentro donde cohabitan diferentes tradiciones, lenguas y religiones; una tierra de riqueza y vitalidad, que se ve condicionada por la dichosa desigualdad entre ambos continentes”, explica el jesuita Alvar Sánchez, de Cáritas Tánger, que lleva cinco años viviendo en la ciudad marroquí de Nador.

 “Los ojos del continente más joven del mundo se abren frente al escaparate de la desigualdad más grande”, y sus luces brillan tanto que todos quieren alcanzarlo. “Vivimos en un lugar donde confluyen las rutas migratorias del oeste y norte de África y en el que personas de África subsahariana, Oriente Medio y del Magreb, ponen en riesgo sus vidas tratando de avanzar en un incierto proyecto migratorio”, recuerda Alvar.

Personas descartadas

Son personas discriminadas, criminalizadas, descartadas… “Europa dispone de medios para proteger sus vidas, pero parece apostar por la externalización de sus fronteras en África que hacen posible las medidas de disuasión, contención y devolución de personas”, denuncia Alvar.

El propio papa Francisco decía en 2019 que los migrantes son “el símbolo de todos los descartados de la sociedad globalizada”.

Personas descartadas en la valla de Melilla
Fotos Josep Buades Fuster

El viaje de Kim

Kim es de Sudán del Sur, un lugar devastado por la guerra. No puede volver a ese “mundo atroz” del que escapó en 2014. “Allí es imposible vivir. Toda mi familia está en campos de refugiados de otros países”, explica Kim. Él quiere residir en Europa y “cambiar su vida”. La que ha tenido hasta ahora está marcada por la violencia y la miseria. “Llevo huyendo de la guerra desde mi infancia”, cuenta.

Ahora Kim está en Melilla. Ha tardado ocho años en llegar aquí. Salió de su país con su hermano y atravesó la República de Sudán y Chad hacia Libia para intentar llegar a Italia. En Libia fue esclavizado, encarcelado y perdió a su hermano, por lo que cambió de rumbo y se dirigió hacia Argelia y Marruecos para intentar cruzar la frontera en Melilla.

La tragedia de Melilla

Kim fue uno de los migrantes que el 24 de junio del pasado año trató de saltar la valla de Melilla; un intento que las fuerzas seguridad de Marruecos y España quisieron neutralizar y terminó en tragedia. Las fuentes oficiales dieron la cifra de 23 migrantes fallecidos, aunque algunas ONG elevan las víctimas mortales hasta 40, además de los cientos de heridos y decenas de desaparecidos.

 “Cuando llegué a Melilla éramos unas 2.000 personas de Sudán, Sudán del Sur y Chad. Ahora muchos de mis amigos están en Marruecos, Argelia, Nigeria o Libia” nos cuenta Kim. Un país los devuelve a otro, y así sucesivamente en un efecto dominó que les hace volver atrás en su viaje migratorio, abandonados a su suerte y sin atención sanitaria.

La tragedia de Melilla

Fernando Moreno, diácono permanente de la Diócesis de Málaga y voluntario en el Proyecto Geum DODOU que trabaja con migrantes en Melilla, pudo hablar con algunas personas que llegaron a España. “Expresaban sentimientos encontrados: la alegría por haber pasado y la pena por los que no lo habían conseguido. No solo sentían las muertes de sus amigos en la valla, sino que estaban muy preocupados por los que habían sido devueltos malheridos a Marruecos. No saben dónde están”. “Lo que pasó en Melilla, y sigue pasando, es que las personas migrantes [los más vulnerables] se utilizan como moneda de cambio para los intereses estratégicos de uno y otro país. Se mercantiliza a los pobres, se chantajea con ellos. No se tiene en cuenta ni su dignidad, ni sus derechos”, concluye muy tajante.

Algo está cambiando

Lo que parece claro es que la frontera de Melilla no es la misma de hace un año. No hay mucha gente en el monte Gurugú, en la cercana ciudad marroquí de Nador, donde antes había asentamientos de personas migrantes que esperaban para cruzar a España. Quedan pocos, y los que quedan se protegen mucho más. Se reúnen en grupos pequeños, se van más lejos de la frontera; hasta tienen cuidado al usar sus teléfonos.

En el lado español, la situación es similar. Fernando Moreno cuenta que “en el Centro de Menores de la Purísima, donde se llegó a alcanzar los 1.000 menores antes de la COVID-19, ahora hay solo 200. Y en el CETI, a finales de año había solo cinco personas adultas”.

Sin embargo, ni la masacre del 24 de junio, ni las políticas disuasorias de los Gobiernos ni el peligro del viaje detienen la movilidad y los sueños de la gente desesperada.

Una ruta mortal

De hecho, una gran parte de migrantes se ha desplazado hacia el sur de Marruecos donde salen las pateras para las islas. Según datos del colectivo “Caminando Fronteras”, un total de 2.390 personas han fallecido en 2022 en las rutas de acceso a nuestras costas. De ellas, 40 perdieron la vida intentando cruzar por la valla de Melilla y 1.784 personas fallecieron en los 61 naufragios registrados en la ruta hacia Canarias. Se calcula que una de cada cinco personas pierde la vida en esa ruta, la más mortífera de acceso a España.

En los últimos años, personas de 31 países han muerto en la frontera occidental euroafricana. “A menudo, las personas que llaman a nuestra puerta han normalizado las conductas de riesgo y abuso que sufren en la ruta migratoria. Algunas, ya en sus países de origen, han sido víctimas de maltrato, abusos, persecución, conflicto armado…”, relata Maje Martín, de Cáritas Tánger. “En cualquier caso, haber visto los ojos de la muerte provoca un antes y un después en ellas. Son personas en movilidad y en duelo”.

Los Centros de la Delegación Diocesana de Migraciones de Tánger (de la que forma parte Cáritas) ofrecen ayuda humanitaria como respuesta a la situación de vulnerabilidad que sufre la población en tránsito. Más de 6.000 personas se benefician, cada año, de diversos servicios: atención médica, psicosocial, legal, específica para la mujer, educativa y residencial en los espacios de acogida para personas convalecientes.

Una ruta mortal tras la valla de Melilla

La valla

La valla no es solo una reja. Es todo un entramado de varias vallas, un foso y distintos elementos tecnológicos que se han construido para negar a las personas su derecho a la movilidad, impidiéndoles salir de un territorio y condenándolas a situaciones de miseria y sufrimiento. “Se asemeja a una cremallera metálica…”, en palabras de Alvar Sánchez.

Antes de acceder a la valla de Melilla, Marruecos tiene su propia estructura de vallas con concertinas y un foso. La valla de Melilla, que también está compuesta por varias estructuras, alcanza los 10 metros de altura. Es un muro de acero. Fernando Moreno explica que una caída de esa altura puede producir diferentes traumatismos de distinta gravedad. A esas heridas, hay que añadir las que producen el uso de la violencia por parte de las fuerzas de seguridad de ambos países.

No sólo es una valla

La historia de Omar

Omar nació en la República Centroafricana en 2004. Sus padres fueron asesinados en su casa en 2013, y él fue enviado a un campo de refugiados en El Chad. Unos años más tarde decidió emigrar, pero cuando llegó a Libia fue secuestrado. Permaneció cautivo siete meses, hasta que sus captores se convencieron de que no había parientes a quienes exigir rescate. Llegó a Marruecos en 2021. En julio intentó saltar la valla de Melilla con otro centenar de migrantes. Él alcanzó el extremo superior de la última valla, de donde cayó aturdido por el gas y las pedradas. Una vez en suelo español se inició su devolución sin miramientos, a pesar de sus graves lesiones. En enero de 2022 trató de entrar en Ceuta, pero lo interceptaron y enviaron a Casablanca. Su salud ha quedado muy tocada: sigue con los tornillos dentro de su pierna y tiene pesadillas. Quienes lo rechazaron en frontera no se plantearon discernir su minoría de edad, a pesar de su aspecto adolescente, ni su perfil de protección internacional, que no podía proclamar aturdido por el gas y la caída.

Relato publicado en el Informe “Donde habita el olvido” del Servicio Jesuita a Inmigrantes.