Un crisol humano, una indecencia, un tesoro cultural, un barrio en eterna construcción, 16 kilómetros llenos de dificultades y de posibilidades, … Todo eso, y mucho más, es La Cañada Real, un lugar a las afueras de Madrid donde viven cerca de 8.000 almas, tan diferentes como unidas por un estigma social que las iguala a todas en el imaginario colectivo

Duua nunca dice que es de La Cañada Real. Cuando le preguntan siempre responde que vive en Rivas, uno de los municipios cercanos a su casa. Es cuanto menos sorprendente que una joven culta y orgullosa, que está cursando estudios superiores, tenga miedo a admitir donde reside. Hasta ese punto estigmatiza vivir aquí. No importa quién eres, cómo eres o a qué te dedicas; si dices que eres de La Cañada, automáticamente sientes el rechazo o, en el mejor de los casos, los prejuicios.

Un relato falso

“Cuando era pequeña, todo el mundo en el cole sabía dónde vivía y nunca tuve problemas. Ahora lo oculto, especialmente desde que nos quitaron la luz”, reconoce Duua, que culpa a los medios de comunicación de la visión errónea que ofrecen de su barrio.

En efecto, desde que, en octubre de 2020, por una decisión empresarial, se cortara el suministro eléctrico en algunos sectores de La Cañada, la reacción social ha pasado por la indignación, la indiferencia e, incluso, la aprobación ante dicha decisión, debido al relato periodístico que contribuyó, en cierta manera, a trasladar la idea de que el corte era merecido por “robar luz para sus plantaciones de marihuana”.

Ante estos hechos, no es extraño que en La Cañada desconfíen de cualquiera que se acerque al barrio con ánimo de conocer su situación, procurando no dar entrevistas que, al final, solo resultan en relatos que ofrecen una imagen de marginalidad y drogadicción que no se corresponde con la realidad.

Cada sector, un mundo

“La Cañada es una realidad muy compleja –añade Miguel Ángel Cornejo, director del centro socioeducativo que Cáritas Madrid tiene en el barrio–. Es una vía de 16 kilómetros de largo dividida en seis sectores con realidades muy distintas. El sector 6, que es donde está la Parroquia y el centro de Cáritas, es el más empobrecido y el que está sin luz. Es también donde hay una pequeña zona de venta de droga que estigmatiza a toda la Cañada”. 

Junto a éste, el sector 5 también tiene una realidad de pobreza complicada y dificultades con la luz. “Luego tienes el resto de sectores [el 1, el 2, el 3 y el 4] con una situación mejor y con casas más dignas, aunque también azotados por el imaginario mediático de la Cañada”, explica Miguel Ángel.

Conseguir una visión única de la Cañada es muy difícil. Si preguntamos a vecinos de municipios colindantes como Rivas, Madrid o Coslada, potenciales receptores de futuros desalojados de La Cañada Real, es posible que digan que es un asentamiento ilegal, foco de delincuencia y de venta de droga. Por el contrario, cuando preguntamos a las personas que viven allí, nos dicen que es su barrio, el sitio donde han nacido y donde tienen su familia y sus amigos. “Ese miedo es pura y dura aporofobia, es decir, rechazo y criminalización del pobre”, apunta Agustín, el párroco de la Cañada.

Un crisol humano

Para Agustín, La Cañada Real es “un espacio donde se mezclan muchas cosas que, a fuego lento, se van cocinando”. “Es un crisol de culturas, de religiones, de situaciones sociales, de edades…, y como todo crisol, es un espacio lleno de posibilidades y a la vez de dificultades”.

Desde un punto de vista social “es una indecencia lo que ocurre en la Cañada”, denuncia Agustín. “Este es un espacio que fue olvidado por todo el mundo; y ahora, de repente, queremos pedirle responsabilidades”. “A nadie le importó cuando se empezó a formar por migrantes empobrecidos que llegaban a Madrid en los años 50 y se levantaban una casucha junto a la vía por la que pasaba el ganado. ¿Y ahora queremos saber qué hacen viviendo ahí?”, se pregunta. “Este ha sido un lugar de exclusión desde su origen” insiste Agustín Rodríguez. En 1953, el primer párroco que tuvo definió la parroquia como la más pobre de todo Madrid. “Han pasado 70 años y no hemos avanzado nada”. 

Sin embargo, el sacerdote cree que “esta indecencia en lo social, no anula la riqueza cultural y de vida que se ha generado aquí”. Para empezar, en La Cañada la pirámide de población está al revés que en la sociedad española. Hay muchos niños y de todas las culturas. 

Aunque los perfiles socio culturales son muy distintos dependiendo de los sectores, si analizamos La Cañada en su conjunto se aprecian tres culturas muy representativas (gitana, paya y marroquí) y bien avenidas. “No tenemos especiales problemas de convivencia, solo los normales que puedan darse en cualquier comunidad de vecinos; a veces menos, porque no tenemos espacios comunes que suelen ser motivo de conflicto…”, apunta Miguel Ángel. “Eso de que aquí tenemos un ambiente tan violento que la policía no se te atreve a entrar es mentira. Aquí la policía viene, y viene al bar”, cuenta el párroco de La Cañada.

Derechos “deconstruidos”

Uno de los problemas más graves del barrio, que son muchos, es la falta de acceso a los derechos. Las personas de La Cañada tienen reconocidos los mismos derechos que en cualquier otro lugar, pero no pueden acceder a ellos. Tienen derecho a la vivienda, pero duermen en espacios que no pueden llamarse así; tienen derecho a la salud, pero no hay ambulatorios ni farmacias en el barrio. Tienen derecho a la educación, pero no todos los niños tienen un autobús que los lleve al colegio. Tienen derecho al sufragio, pero ¿dónde están los colegios electorales? 

“Una cosa es la conquista de los derechos y otra es la construcción de esos derechos. Y en La Cañada los derechos no están construidos. De hecho, en algunos casos, están “deconstruidos”. ¿Qué significa esto? Por ejemplo, el acceso a la luz es un derecho deconstruido, porque antes teníamos luz, y ya no tenemos. Explica Agustín García.

No obstante, para él, la vulneración de derecho más flagrante es “la seguridad en el futuro”. “Creo que este derecho no está formulado, pero debería estarlo porque es muy importante. Aquí la gente vive con una gran incertidumbre. No saben si le van a tirar la casa, si le van a realojar, cuándo va a ocurrir…”.

Salir del barrio

Para Miguel Ángel, la peor vulneración es la del derecho al honor. “A todo el mundo que vive en La Cañada le juzgan por traficante o por pobre; como si eso fuera un delito”. Este estigma dificulta mucho hacer amigos o encontrar trabajo, lo que lleva a muchos jóvenes a querer irse. “Si no estarían muy contentos de seguir cerca de su familia, en su entorno y jugando en la calle”, apunta este trabajador de Cáritas que conoce bien esta realidad; no en vano, entre el centro socioeducativo de Cáritas y la Parroquia llegan a unas 500 familias.  

“A todo el mundo que vive en La Cañada le juzgan por traficante o por pobre; como si eso fuera un delito”

Duua, estudiante de un Grado Superior de Higiene Bucodental, ha vivido siempre (20 años) en La Cañada. Pero “sueña” con salir de allí, y el único camino que tiene es estudiar. “Yo estoy encantada con mi barrio y mis vecinos, pero no tenemos luz, ni transporte… Vivir en La Cañada me ha ayudado a ser como soy, fuerte, trabajadora, y a tener ganas de salir adelante. El problema de nuestro barrio no es la droga ni la delincuencia, el problema es que nos tienen aparcados”, concluye Duua.