Una mano amiga al desembarcar
Darwin, Gabriel y José Manuel son tres sacerdotes que están en “la primera línea” de ayuda a los migrantes que llegan a El Hierro. Hablamos con Darwin sobre su voluntariado en el Centro de Acogida Temporal de Extranjeros.
Gema Martín Borrego. Cáritas Española
Darwin Rivas es párroco en El Hierro, delegado arciprestal de Cáritas Diocesana de Tenerife y, ahora también, voluntario de Protección Civil en la atención a los migrantes que llegan a la isla más pequeña del archipiélago canario.
Seguir las palabras del Papa
Este sacerdote siempre ha intentado seguir el camino marcado por el papa Francisco cuando, en 2017, pidió a la Iglesia y a todos los cristianos “acoger, proteger, promover e integrar a los emigrantes y refugiados”. “En las Eucaristías intentamos sensibilizar a nuestra parroquia para que hagan suyas estas palabras del Papa, y juntos oramos por todas las personas que arriesgan su vida para tener el futuro que han elegido”, cuenta Darwin.
Además, como delegado arciprestal de Cáritas Tenerife en El Hierro, está muy involucrado en la acogida y el acompañamiento que la institución presta a los migrantes en todo lo que puedan necesitar para defender sus derechos y favorecer su integración.
Un recibimiento digno
Pero el pasado verano, Darwin sintió la necesidad de “querer hacer más”. Coincidió con la llegada masiva de migrantes a los muelles de El Hierro desde la costa africana; una ruta peligrosa e incierta de hasta 1.600 kilómetros a través del Atlántico, que ahora siguen miles de personas que intentan entrar en Europa.
2023 fue el año que más migrantes llegaron a Canarias por la mortífera ruta atlántica –cerca de 40.000 personas arribaron a las islas, y más de 6.000 murieron en el mar–, y parece que 2024 va a seguir por la misma senda.
“Todos los días llega algún cayuco a El Hierro. Y viene lleno de personas agotadas, aturdidas y dañadas física y emocionalmente. En esos primeros momentos necesitan una acogida humanitaria, una mano amiga, alguien que escuche e informe…”, cuenta Darwin. Precisamente, estar “en primera línea” y ofrecer una acogida “más digna y humana” fue lo que le llevó –junto a otros dos sacerdotes, Jose Manuel Urbina y Gabriel Menéndez– a unirse como voluntario a Protección Civil. “Me asustaba pensar que esto se convirtiese en algo parecido a Lampedusa”, añade.
Acompañar siempre
Los tres están en el Centro de Acogida Temporal de Extranjeros (CATE), en Valverde, donde llegan los migrantes tras ser evaluados y atendidos por personal sanitario de Cruz Roja. “La mayoría son chavales jóvenes, muchos menores de edad, que vienen destrozados por las penurias del viaje: heridas, llagas en la piel, deshidratación, hipotermia…”, relata el sacerdote. Algunos de ellos llevan años viajando, y el trayecto en cayuco es solo la última etapa, aunque puede ser más o menos larga dependiendo de donde parta la embarcación; si viene desde Mauritania, el viaje es de 2 o 3 días, pero si sale de Senegal [como está ocurriendo ahora] puede durar 9 o 10, incluso semanas si el cayuco se pierde en el océano.
A pesar de todos los obstáculos y dificultades, ninguna persona se arrepiente de su decisión de migrar. “Todos ellos nos cuentan que no sabían de la dureza del viaje, eso nadie se lo advirtió; pero, aunque lo hubieran sabido, no habría cambiado nada. Están decididos a buscar un futuro en Europa, y tienen todo el derecho a hacerlo”, añade Darwin.
Durante los dos o tres días que permanecen en el CATE –luego se derivan a Tenerife o Fuerteventura, y más tarde a la península–, estos sacerdotes les acompañan en todo lo que necesiten. “Les recibimos en el centro, hablamos con ellos, les damos información, identificamos sus necesidades y, a las personas más vulnerables, las preparamos y damos comida y ropa… Siempre hay mucho que hacer, porque el centro tiene capacidad para 500 personas, y están entrando y saliendo constantemente”.
Jornadas maratonianas
Darwin, Gabriel y José Manuel acuden todos los días al CATE, y han llegado a estar allí 18 o 20 horas seguidas. “Ahora mismo, por ejemplo, estamos esperando la llegada de un cayuco con 45 migrantes a bordo –nos contaba Darwin el día que le entrevistamos–; por lo que hoy pasaremos todo el día y parte de la noche aquí”.
No son los únicos. El centro cuenta con sesenta voluntarios –“Hay jubilados, profesionales, estudiantes o familias enteras”, apunta el delegado arciprestal de Cáritas– muy implicados en su tarea, que van siempre que pueden.
“Los canarios son unas personas muy solidarias, que entienden a los migrantes, porque ellos mismo lo han sido en el pasado. Yo mismo soy venezolano, pero hijo de esta tierra. Y me enorgullece ver cómo se vuelcan con las personas que más lo necesitan”, concluye.