“Porque cuando somos generosos al acoger a una persona y compartimos algo con ella no solo no permanecemos pobres, sino que nos enriquecemos”.  

Agustín Gutiérrez Seller, referente de Movilidad Humana del Área de Cooperación Internacional, y Gema Martín, del Equipo de Comunicación. Cáritas Española.

Con el eco de estas palabras del papa Francisco, la red internacional de Cáritas lanzó en septiembre de 2017 su campaña “Compartiendo el viaje”, que tenía como objetivo promover el encuentro entre las personas migrantes y refugiadas y las comunidades de acogida. Desde entonces, en Cáritas seguimos en camino compartiendo el viaje con los migrantes, desde que dejan atrás su hogar hasta que llegan a su destino. Son 281 millones de personas (el 3,6% de la población mundial) que necesitan ser acogidas, protegidas, y respetadas en su dignidad.

En este reportaje, que escribimos coincidiendo con el Día Mundial del Refugiado (20 de junio), recorremos la peligrosa ruta que realizan los migrantes que quieren llegar a América del Norte a través del Darién. Y conocemos a tres personas migrantes procedentes de Colombia y Venezuela, que se han visto obligadas a dejar sus países, y que han encontrado en España una comunidad que las ha acogido.  


El Darién, un tapón en la ruta migratoria hacia América

“El trayecto fue un infierno. Lloré y me arrepentí de haber decidido cruzar por esta selva… Es preferible morir en mi país que hacer este camino”.

Este testimonio de Rosa [nombre ficticio de una mujer ecuatoriana] es muy parecido al de miles de migrantes que cada año cruzan el Paso de Darién, una región que tristemente se ha hecho famosa, no por sus maravillas como reserva de la biosfera, sino por las historias que esconde: algunas tristes, dolorosas, o que han acabado en muerte; otras, muchas, silenciosas y sin identificación.

Un bosque impenetrable

Esta zona, renombrada como el Tapón del Darién, es un bosque tropical impenetrable de 266 kilómetros de longitud y una extensión de 575.000 hectáreas que ocupa el este de Panamá y comparte frontera con Colombia. Al ser un puente natural entre América del Sur y del Norte, se ha convertido en una ruta habitual, muy peligrosa, para miles de migrantes que provienen en su mayoría de Sudamérica –pero también de África y Asia– en su trayecto hacia Estados Unidos y Canadá.

El fenómeno no es nuevo; lo que ha cambiado es su intensidad y las nacionalidades que ahora lo protagonizan. En 2023, más de 520.000 personas, de las que 113.000 eran menores, atravesaron el Darién. En 2024 se esperan más de 700.000 personas. El 68% son venezolanas, seguidas por las ecuatorianas, haitianas, colombianas, cubanas y chilenas. Pero no es extraño encontrar migrantes provenientes de Afganistán, Yemen, Senegal, China e India.

“Preocupa, en especial, el continuo flujo de niños migrantes –apunta Agustín Gutiérrez Seller, referente de Movilidad Humana del Área de Cooperación Internacional de Cáritas Española–; en lo que llevamos de año, 2.000 menores han llegado solos. Es una población tremendamente vulnerable y que puede sufrir mayor número de violencias”.

Acompañar el viaje

¿Y cuál es la respuesta humanitaria a este drama? “Hay varias entidades trabajando en la zona, incluyendo a la Iglesia y Cáritas”, señala Agustín. “Nuestra labor es el acompañamiento en el viaje. En la zona colombiana, por ejemplo, recorremos la playa de Necoclí [una de las paradas de esta ruta] para conocer a los que llegan, y atender a los que esperan para coger un barco y seguir su viaje”.

Porque, lamentablemente, mientras usted lee este artículo, el flujo migratorio, con sus dramas y violencia, sigue. Incluso se están revitalizando antiguas rutas o se improvisan otras nuevas, aún más peligrosas, como la que atraviesa parte del Caribe hasta Nicaragua. Y de todas ellas, tristemente, tendremos que seguir escribiendo.

Un pueblo en la ruta

Necoclí es una de las escalas en la ruta del Darién; un pueblo cuya vida giraba en torno a un turismo local, abierto a “travellers” y alejado de los circuitos turísticos masificados. Hoy, su faz ha mutado. Es el principal puerto de salida hacia el Tapón del Darién, y lo que se percibe es una economía que gira –y también se aprovecha– de los migrantes.

Hay comercios nuevos, y las antiguas tiendas familiares se han transformado en pequeños “decathlones” dispuestos a vender lo necesario para atravesar la selva: colchonetas, sacos de dormir, camping gas, linternas… Se ha multiplicado el número de camas, formales e informales. Una playa y un embarcadero acogen a aquellos que no tienen dinero para una habitación.

Son personas de muchas nacionalidades, una especie de Naciones Unidas en pequeño, y todas con un mismo objetivo: seguir “ruta”.


 El futuro al otro lado del océano

Conocemos las historias de personas que han venido a España buscando un porvenir para sus hijos.

En Venezuela no hay presente ni futuro para nuestros hijos. Por ellos hemos venido a España”. Así explica el matrimonio formado por Jesús Raad y María Eugenia López de Raad una de las razones –la más poderosa– que les ha llevado a abandonar su país y arribar al nuestro con muchos sueños, pero sin ninguna promesa.

Un país en ruinas

Después de toda una vida trabajando como abogados en la fiscalía de Venezuela, Jesús fue despedido y María Eugenia, jubilada anticipadamente –“por no estar con el régimen”, aclara Jesús–. Con una pensión estatal de solo tres dólares al mes, una jubilación de 80 dólares y una inflación por las nubes, ellos intentaron salir adelante por todos los medios. “Comenzamos a trabajar en una inmobiliaria, pero nadie compra; el 90% del suelo está en venta”, explica María Eugenia. “Es muy triste porque uno espera cierta tranquilidad después de una vida de trabajo, pero te encuentras con que el país está en ruinas y es imposible subsistir”, añade. 

Si a eso se le suma la inseguridad que sentían –“incluso han quemado edificios de la Universidad donde estudiaban mis hijos”, cuenta Jesús– y la soledad (toda su familia ha ido abandonando el país), el traslado a España era algo casi imperativo para el matrimonio.

María Eugenia, Jesús y sus dos hijos de 23 años recalaron en Toledo hace casi cuatro años, donde Maryoli Moreno y el resto del equipo de Cáritas Integra (el programa de Cáritas Diocesana de Toledo que acompaña a las personas migrantes en procesos de integración cultural, administrativa y documental-social-laboral) les acogió “con generosidad, cariño y entrega”, añade María Eugenia. “Hemos tenido un apoyo integral, extraordinario; y todavía siguen pendientes de nosotros”, apunta Jesús.

Y aunque ahora tienen una vivienda de alquiler y permiso de trabajo y residencia por razones humanitarias, se sienten frustrados. “No conseguimos un empleo por nuestra edad [él tiene 61 años, y ella 68, una edad a la que en España no se suele trabajar], y nuestros hijos se ven obligados a mantenernos; por lo que han tenido que abandonar sus estudios para trabajar a tiempo completo”.

Huir de la violencia machista

Para Tatiana Paola (39 años), colombiana, proteger a sus hijos fue también el propósito que la trajo a España. Desde que era una niña, sufrió violencia machista que, en su familia, se ha transmitido de generación en generación. Por eso, cuando su pareja empezó a controlarla y golpearla, se conformó. “Yo solo conocía esa manera de amar”, explica. Tras el nacimiento de su hijo mayor, Samuel –que ahora tiene 15 años–, huyó a su ciudad natal buscando la protección de sus familiares. Pero ellos mismos avisaron a su pareja para que fuera a llevársela.

Tuvo que volver con él pero, al quedar embarazada de su hija pequeña, finalmente le abandonó y se fue a vivir con una amiga. Aun así, él no la dejó en paz. “Me vigilaba, me seguía, me denunciaba a las autoridades, con mentiras, y consiguió que me quitaran a Samuel. Mi hija, por el contrario, no le interesaba; ni siquiera le puso sus apellidos. En Colombia, quien tiene dinero, tiene justicia”, se lamenta Tatiana.

Le costó años que las autoridades la creyeran, tanto a ella como a sus hijos, y que estos volvieran a su hogar. Finalmente lo consiguió, pero las amenazas constantes de su expareja y el miedo real a sufrir una agresión, o algo peor, la convencieron de la necesidad de abandonar el país. Eligió España “porque hay un océano por medio y porque sus leyes protegen a las mujeres”, apunta Tatiana. Sus ex suegros la ayudaron a escapar en precarias condiciones y, como ocurre a tantos inmigrantes, en su camino vivió estafas y situaciones que bien podrían ser el argumento de una película de miedo y desesperación.

Finalmente, recaló en Toledo donde vivía una amiga. “Empecé a tocar puertas. Y una trabajadora social del Ayuntamiento me dio las llaves de una casa y me concertó una cita con Cáritas. “Es impresionante cómo la gente te ayuda de mil maneras posibles”, cuenta emocionada.

“Nunca olvidaré mi primer día en Cáritas Toledo. Estaban Maryori, Balvi…, que me hablaron, me abrazaron, me calmaron, porque yo solo lloraba –recuerda­–. La mujer que ves enfrente en este momento es totalmente diferente a la que llegó aquí hace un año y medio. ¿Y cómo eres ahora?”, le preguntamos. “Soy fuerte, decidida, tengo confianza, amigos… Ver a mis hijos, cómo han superado tantas cosas, cómo están de felices, me hace ser valiente por ellos y tener esperanza en el futuro. Quiero trabajar, y que ellos estudien y disfruten de la vida que nunca han tenido”, concluye.


Programa Integra

Cáritas Toledo creó el Programa Integra en 2015 para facilitar la inclusión social y el acceso a derechos de las personas migrantes a través de la realización de trámites como el arraigo social, familiar, laboral, la formación, la renovación de la tarjeta de residencia, la homologación de títulos, la mediación con instituciones… En 2023, atendieron a 562 personas (228 en lo que llevamos de año), procedentes, sobre todo, de Venezuela, Colombia, y Perú. La mayoría pertenecen a familias numerosas recién llegadas, sin recursos económicos y familiares, y muchas de ellas solicitantes de Protección Internacional.

En  Youtube

En nuestro canal de Youtube puedes conocer más historias de personas que se han visto obligadas a abandonar sus hogares y emprender peligrosos viajes para escapar de guerras, persecuciones, pobreza extrema, catástrofes naturales… En nuestra lista de reproducción “Migraciones” también descubrirás el trabajo de Cáritas y la Iglesia con los migrantes, a los que siempre acompañan, en las fronteras y en los lugares de destino, en su camino hacia la esperanza.