Las familias más humildes, asfixiadas por los precios de la vivienda y los alimentos

Lucas Izquierdo. Cáritas Española

A punto de acabar el año, las grandes cifras económicas parecen dar la razón a las previsiones de crecimiento que se manejaban para España. En este 2023 nuestro país ha continuado la senda de la recuperación, a pesar de la inestabilidad geopolítica mundial que tanto tensiona los mercados.

En este contexto, los ingresos familiares también han crecido. Y esto, que es una buena noticia a priori, resulta no serlo tanto porque los gastos crecen aún más y las cuentas finalmente no salen. “La sencilla y abrumadora fórmula ‘ingresos menos gastos’ determina las condiciones de vida de las personas”, afirma Daniel Rodríguez, miembro del equipo de Estudios de Cáritas y de la Fundación FOESSA. “¿De qué sirve tener un salario un poco más alto si el precio de la vivienda sigue por las nubes?”, se pregunta.

A esta y otras cuestiones trata de responder el informe que la Fundación FOESSA acaba de presentar: “Ingresos y gastos. Una ecuación que condiciona nuestra calidad de vida’”. Empecemos por el principio de la ecuación: los ingresos. “Lo cierto es que los ingresos entre 2008 y 2021 se han incrementado en España un 12%. Esto, sin duda, debería ser una buena noticia para el conjunto de la ciudadanía, pero, una vez más, no es así”, añade Daniel. Y no lo es porque ese incremento, en los hogares más humildes, ha sido prácticamente inexistente (0,5%).

“Las familias más ricas [el 20% de la población] han aumentado sus ingresos 600 euros mensuales; mientras que el 20% más pobre lo ha hecho solo 4 euros”, explica el técnico de la Fundación FOESSA.

Persiste la pobreza estructural

“Este escenario de desigualdad creciente –continúa Daniel– termina dibujando una realidad persistente, tanto de pobreza como de privación material”. La pobreza es un fenómeno estructural arraigado en la sociedad española, que persiste independientemente de la coyuntura económica general, y que ronda el 20% de la población.  La privación material severa, que se refiere a la incapacidad de las familias para acceder a bienes y suministros que son cruciales para una vida digna, ha pasado de afectar al 3,8% de la población en 2008 al 8,1% (3,8 millones de personas) en 2022. No poder comer carne, pollo o pescado cada dos días, ni mantener la vivienda a temperatura confortable, o no disponer de teléfono, son algunos de los ítems que componen este indicador.

 “¿Cómo es posible que los ingresos crezcan y las realidades de pobreza y privación no sean sensibles a estas buenas noticias?”, plantea Daniel Rodríguez. La primera explicación ya la hemos ofrecido: la desigualdad de ingresos. Pero la segunda hay que buscarla en la otra variable de la ecuación que hemos propuesto al principio del reportaje: los gastos familiares, que han subido un 30%.

“En el informe nos hemos centrado en alimentación y vivienda por considerarlas partidas esenciales a las que dedicamos la mitad de nuestros recursos; pero mientras que las familias más ricas invierten el 40% de sus ingresos en ambas partidas, las familias con menos recursos, dedican el 63%”, explica Daniel.

El supermercado, por las nubes

“A nadie escapa la brutal escalada de precios de los alimentos que estamos viviendo en los últimos meses –continúa este técnico de Cáritas–. Ver el aceite de oliva a casi 10 euros el litro, en los supermercados, nos lleva a diferenciar a la población en dos grupos: aquellos que vemos el precio, exclamamos ‘vaya, cómo está el aceite’ y ponemos la botella en la cesta; y los que hacen la misma operación, pero devuelven la botella al estante”.

A esta y a otras renuncias se han visto obligadas 6 millones de personas que experimentan privaciones alimenticias, hasta el punto de no llevar una dieta adecuada y poner en jaque su bienestar físico y emocional.

La vivienda se come el sueldo

Además de la alimentación, la vivienda es el otro gasto irrenunciable de las familias.  Pero si la alimentación es un gasto flexible, la vivienda es fijo y rígido; no se puede modular y, en ocasiones, se convierte en un todo o nada. “Es el elemento que desajusta las cuentas, especialmente de las personas más vulnerables”, añade Natalia Peiro, secretaria general de Cáritas.

Desde 2015, el precio para adquirir una vivienda se ha incrementado un 51%, lo que deja al alquiler como (casi) única opción para las familias humildes. “Pero este mercado tampoco ofrece mejores noticias”, insiste Daniel. Según el portal inmobiliario Idealista, el precio del alquiler ha aumentado un 44% [ver ticket de compra de la imagen], hasta el punto de que el 16% de la población destina más del 60% de sus ingresos a esta partida.

Además, como recuerda Natalia Peiro, tener una vivienda digna también supone poder pagar la luz y poner la calefacción; y eso no ocurre con el 17% de las familias, que no logran mantener su hogar a una temperatura adecuada. “Más de 3,2 millones de familias pasan frío en invierno y calor en verano”, concluye Daniel.

Victoria Pacico: tener trabajo y no poder calentar la casa

Victoria es conductora de un autobús escolar en Guadalajara. Le encanta su trabajo, pero al ser un empleo a tiempo parcial no le permite pagar la calefacción, la luz, el agua… Tiene que elegir. “Doy gracias a Dios porque tengo una vivienda social con alquiler bajo, pero las facturas son horribles”. “He comprado una estufa para no poner la calefacción, y vigilo los minutos que mi hija pasa en el baño para evitar que suba la factura de la luz”. Ella es una de esos 2,5 millones de personas que, a pesar de tener trabajo, viven en la pobreza. “Mi ilusión es tener un empleo de verdad”, afirma Victoria.