Marta, María y Clara son madre e hijas voluntarias de Cáritas y ejemplo de valores cristianos y compromiso social. Ellas son las protagonistas de esta “historia con corazón”. 

Gema Martín Borrego. Cáritas Española

Marta de Miguel es una profesional exitosa, una madre comprometida y una mujer con valores cristianos y solidarios.  “Yo les digo a mis hijas que seguramente no les deje mucho dinero como herencia, pero sí ejemplo, experiencias y valores”, afirma esta informática que también ejerce como voluntaria de Cáritas.

Una persona “de parroquia”

Dicho y hecho. Marta siempre ha sido “una persona de parroquia”, que ha intentado seguir el mandato de Jesús de amar al prójimo. Desde niña estuvo en los “grupos Junior” de la pastoral juvenil de su parroquia en Canillejas (un barrio de Madrid) y participó en diversas actividades de voluntariado. No es de extrañar que sus hijas María (16) y Clara (14) sigan sus pasos.

“Buscábamos un voluntariado en familia y lo encontramos en el mismo lugar donde yo he sido catequista y donde mis hijas han hecho la Primera Comunión y tienen sus grupos juveniles: en las Parroquias del barrio de San Cristóbal de los Ángeles, Nuestra Señora de los Desamparados y San Lucas”, cuenta Marta. Allí se ofrece formación a personas atendidas por Cáritas. “Yo doy clases de español todos los miércoles de 16:30 a 18:30 desde hace casi cinco años. Todas las personas de mi grupo son mujeres migrantes, la mayoría africanas y sobre todo marroquíes, pero también acude alguna ucraniana y hay una polaca”. 

Profesora y cuidadoras

Mientras Marta imparte las clases, María y Clara se ocupan de cuidar a los hijos de sus alumnas. “Son niños de 0 a 6 años, que antes eran atendidos únicamente por cuatro monjas teresianas de más de 70 años. Ahora mis hijas les ayudan con los peques, y ellas están encantadas”, explica Marta. “Y los niños también”, añade. 

“Tenemos muchos niños –apunta María–; hay días que estamos con siete u ocho bebes de pocos meses, y lloran todos a la vez”. “Pero son geniales. Nos lo pasamos muy bien con ellos; también con los más mayores porque con estos podemos hacer otros juegos muy divertidos”, remarca su hermana.

Un vínculo estrecho

stas voluntarias no solo ejercen de profesoras y cuidadoras. Han establecido un vínculo con las participantes de Cáritas y sus familias que va más allá de un contacto semanal en los salones parroquiales. “Salimos a parques, vamos al centro de Madrid y hacemos pequeñas excursiones y fiestas”, explica Clara. 

Marta intenta acompañar a sus alumnas en lo que necesiten: “les informo sobre otros cursos que puedan hacer y de cosas prácticas para desenvolverse en la ciudad, y las animo a que salgan juntas y compartan tiempo fuera de las clases, porque algunas de ellas solo salen para ir a comprar y a por sus hijos al colegio”. Ella misma ha acompañado a alguna alumna a una reunión con los profesores de sus hijos, cuando aún no sabía suficiente español, o a hacer trámites para conseguir el permiso de residencia.

El vínculo personal crece hasta hacer a María la orgullosa madrina de Preminet, un niño de cuatro años cuya madre, nigeriana, acude a la parroquia desde que llegó a España. “Yo cuidaba a sus dos primeros hijos, y cuando nació Preminet, me pidió que fuera su madrina –cuenta María–. Luego nació la cuarta, Virtuosa, que tiene dos años. La quiero muchísimo”. Su madre es una mujer valiente y trabajadora que no hablaba ni una palabra de español y que en unos pocos años ha conseguido sacarse el carné de conducir.

Confianza y respeto

Las claves para tener esta relación son, según dice Marta, la confianza mutua, la empatía, el respeto y el amor. “Se llega a querer a las personas, conociéndolas”.  Y es una relación entre iguales, de ida y vuelta. “Nosotras no solo vamos a la parroquia a hacer voluntariado; es que nuestros grupos Junior están allí, nuestros amigos están allí”, apunta Clara.

Pero si algo define el voluntariado que lleva a cabo esta familia es el compromiso con las personas. “No puedes fallar a la gente; ir un día y no volver más, porque ellos lo dan todo. Yo solo he faltado al curso una vez este año. Es verdad que en mi trabajo lo respetan y eso no es fácil. Soy informática y dirijo un equipo de 45 personas. Pero he tenido que ser clara. Salgo todos los días de la oficina a las 7 de la tarde, pero me organizo para salir los miércoles a las 4 y 10. Hay gente que prefiere ir a casa a descansar o disfrutar de su ocio. Yo opto por dar mi tiempo a los demás”.

“Es verdad que es sacrificado –apostilla María–; sobre todo en la época de exámenes. Ahora que estoy en Bachillerato es más difícil. El año pasado fue muy duro. He llegado a tener tres exámenes al día siguiente de ir a la parroquia”.

Educar con el ejemplo

Pero, según dice esta joven, todo lo que hace y recibe allí le compensa. “Piensas que no te da tiempo, te agobias cuando estás con exámenes. Pero sales feliz y llena de amor”. Su hermana coincide: “Me llena mucho lo que hago, y me hace darme cuenta de mi realidad privilegiada”. 

“Es que María y Clara son muy afortunadas. Eso se lo digo todos los días, y les pido que no se quejen porque tienen mucha suerte. E intentan no hacerlo”, explica Marta orgullosa. “Siempre he intentado transmitirle valores cristianos. Les he dicho que sean buenas personas; que pueden y deben dar mucho a los demás porque son unas privilegiadas”. 

“Tampoco les doy caprichos. No creo que les dé una buena educación si les dejo que tengan tres sudaderas de 70 euros. No las necesitan. Y con ese dinero podemos ayudar a un niño a ir a un campamento en verano o financiar la educación de una niña en La India”, concluye Marta.