Felisa Padilla, voluntaria de Cáritas Melilla y condecorada con la Orden del Mérito Civil

Adela Zamora. Cáritas Española

Felisa Padilla Muñoz, melillense de 77 años, lleva más de 50 ejerciendo una altruista labor de acogida y ayuda a los más vulnerables. Su largo y comprometido voluntariado en Cáritas y en las Religiosas de María Inmaculada ha sido reconocido con la Orden del Mérito Civil; una condecoración que le impuso Felipe VI con ocasión del décimo aniversario de su Proclamación como Rey.

Virtudes cívicas

Junto a Felisa, otras 18 personas anónimas –una por cada comunidad y ciudad autónoma española– recibieron este galardón en agradecimiento por “las virtudes cívicas que ejercitan de manera cotidiana […] y por las conductas que permiten articular, sustanciar y construir una sociedad mejor”, según explican desde la Casa Real.

“Ha sido un acto precioso –recuerda emocionada Felisa­–. Nunca olvidaré la sencillez y cercanía de los Reyes y lo bien educadas que están las niñas. La infanta Sofía se sentó al lado de un señor mayor y estuvo toda la comida pendiente de él. Le trató con un cariño inmenso”.

Agradecida

Ella está “muy agradecida por haber tenido la oportunidad de pasar un día con la Familia Real y por recibir el premio de manos de Felipe”, pero insiste en que lo que hace “no es una heroicidad, ni una cosa extraordinaria”. “Así se lo expresé al alcalde de Melilla cuando me llamó para decirme que me habían propuesto para la Orden del Mérito Civil –cuenta Felisa–. Es verdad que he tenido una vida de entrega, pero ha sido todo muy natural.  Estudié en un colegio religioso, y cuando terminé mis estudios, quise seguir ayudando a las monjas que tanto hacían por los demás. Si todos fuéramos como ellas y nos ayudáramos los unos a los otros, el mundo sería más bonito”.    

La vida de Felisa ha transcurrido entre la oficina de la Cáritas Interparroquial de Melilla –donde trabajó más de 30 años– y el Monte María Cristina, el barrio de mayoría musulmana en el que las Religiosas de María Inmaculada y Cáritas abrieron, hace ya cinco décadas, un centro sociocultural para atender a niños y niñas de familias vulnerables. Ella sigue yendo todas las semanas para colaborar en un proyecto de alfabetización y empleo que las religiosas llevan a cabo para las mujeres del barrio.

“Yo allí no soy más que nadie. Todos somos iguales, independientemente de la religión y la cultura. De hecho, tengo íntimas amigas musulmanas y con ellas he vivido las experiencias más bonitas de mi vida. Quiero mucho a los vecinos del Monte María Cristina porque en ellos encontré a Jesucristo. Yo tenía una fe acartonada, antigua, y descubrí la verdadera fe en la gente necesitada”, añade Felisa.