La situación humanitaria en Venezuela, lejos de haberse solucionado, sigue dejando sufrimiento dentro y fuera del país.

Gema Martín Borrego. Cáritas Española

Jorge –nombre ficticio– tiene 27 años y vive en Venezuela. Pese a su juventud, se ha visto obligado a migrar dos veces. La primera vez viajó a Colombia, y la segunda a Ecuador. Ahora, como muchos compatriotas, ha vuelto a su país; no porque la situación haya mejorado allí, sino por la imposibilidad de salir adelante en los países de destino. 

“Ahora quiero retomar mis estudios en la Universidad y formarme para poder volver a salir. Venezuela no va a mejorar, y yo veo que muchos jóvenes tienen este mismo pensamiento”, asegura Jorge.  

Y los que viven aquí hace mucho que han perdido la esperanza “y se debaten entre el miedo de irse y el miedo de quedarse” 

Janeth Márquez Monsalve
Directora de Cáritas Venezuela

En efecto, como cuenta Janeth Márquez Monsalve, directora de Cáritas Venezuela, muchas personas “han vuelto con la ilusión del reencuentro con los suyos, pero tristemente el país no les ofrece opciones de trabajo y medios de vida que permitan retenerlos por mucho tiempo”. Y los que viven aquí hace mucho que han perdido la esperanza “y se debaten entre el miedo de irse o el miedo de quedarse”. 

Las cicatrices de la crisis

Un retrato de la Venezuela de hoy muestra las cicatrices que va dejando esta crisis. “Siete millones de personas tienen necesidades humanitarias. El 84% de la población trabaja en empleos informales y el 81% no tiene recursos suficientes para adquirir la canasta básica de la compra [alimentos, artículos de aseo, vestido y limpieza y servicios básicos, como vivienda, educación y salud]”, explica la directora de Cáritas Venezuela. Hoy en día el país no sufre la escasez aguda de alimentos y medicamentos que vivió en 2016, pero “sigue existiendo una crisis gravísima”. De acuerdo a los estudios de esta institución, el 30% de los niños menores de 5 años tiene desnutrición crónica.

El salario mínimo en Venezuela es de 5,3 dólares. Los bonos de protección social del gobierno varían desde los 5,3 a los 20 dólares, pero no todas las personas vulnerables los reciben de la misma manera. Algunas personas económicamente activas pueden alcanzar los 90 dólares combinando empleos formales e informales. 

“El trabajo en Venezuela ahorita es en condiciones muy malas. Yo hago traducciones a destajo, y aun así el sueldo no alcanza para nada”, añade Jorge.

En efecto, son salarios muy insuficientes para poder cubrir las necesidades básicas, cuyo coste, por otro lado, no deja de subir. “Venezuela es uno los tres países con mayor inflación de alimentos en el mundo, junto con Líbano y Zimbabue”, apunta Janeth, que recuerda que la inflación en 2022 alcanzó la cifra del 307%; y a junio de 2023 es del 429%.

La fractura social de la migración

La migración he tenido un coste social y personal muy importante para los ciudadanos que permanecen en el país. La fractura social generada por la migración de 7,3 millones de personas ha repercutido en la pérdida del bono demográfico. Hay muchas personas mayores que se han quedado solas o al cuidado de los menores en un contexto de recrudecimiento de problemas: violencia, explotación, redes de trata, adicciones, incremento de trastornos psicoemocionales, brecha tecnológica y exclusión escolar. 

El sistema educativo ha sufrido el triple impacto de la crisis humanitaria, la migración y la pandemia. “Los maestros de (educación) primaria, secundaria y universitaria han salido del país, y los bajos salarios hacen que los que se quedan se dediquen a otras labores”, explica. Aunque la acción de la cooperación internacional ha contribuido a mejorar algunos planteles educativos u hospitales, esta ayuda se concentran en las ciudades dejando a las regiones rurales con muchas carencias.

“La estabilidad económica y la reunificación familiar son las prioridades para la familia popular venezolana –señala Janeth Márquez–. La gente nos lo dice en todas las conversaciones que tenemos. Quieren que mejore la economía para poder tener estabilidad y una vida normal; acceder a empleos dignos, no a trabajo precario, y poder estudiar y tener planes a futuro. La reunificación familiar es un anhelo para quienes están dentro y para quienes se han ido”. 

Antecedentes

En 2020, la crisis humanitaria en Venezuela apareció por primera vez entre las 10 peores crisis del mundo, según el Panorama Humanitario Global, un informe anual elaborado por la ONU. El deterioro de las condiciones de vida de la población desde 2015 en medio de una fuerte polarización y conflicto político; la pérdida del 80% de la economía; el segundo éxodo más grande del mundo –siete millones de migrantes han dejado el país– y el colapso de la capacidad del Estado para brindar los servicios públicos esenciales de agua, electricidad, transporte, salud o alimentación, situó a los venezolanos, con sus capacidades de supervivencia disminuidas y las estrategias de supervivencia agotadas, en una débil posición para enfrentar una pandemia que agravó la situación de crisis humanitaria. 

Tras cuatro años de hiperinflación sostenida y el impacto de la COVID- 19, algunos estudios señalan que Venezuela es hoy el país más desigual de la región, y con mayor índice de desigualdad del mundo.

Un retorno difícil

Sin embargo, ese deseo está muy lejos de poder cumplirse. Janeth cuenta que hay un ligero flujo de retorno, especialmente de aquellos para quienes la integración se quedó en un sueño no cumplido. “Muchos venezolanos con formación que salen del país no ven reconocidos sus estudios y terminan sub-empleados; otros con menos estudios son explotados, trabajando en condiciones discriminatorias y abusivas”. 

Jorge permaneció en Ecuador desde 2019 a 2023. 

“Tenía la intención de establecerme allí por un tiempo y luego irme a Estados Unidos o Canadá. Pero las cosas no se dan como uno quiere”, cuenta. Primero trabajó como promotor, un empleo en el que tenía que estar en la calle desde las 7 de la mañana a las 7 de la noche. “Nunca ganábamos bien ni nos pagaban completo. A veces llegábamos a 5 dólares semanales, otras no nos pagaban nada. Para poder comer tuve que pedir ayuda a Cáritas Ecuador, que también me ayudó con los papeles”. 

A partir de ahí todo mejoró. “Conseguí un trabajo como mesonero y mejoraron un poco las cosas. Pero vino la pandemia y todo ese esfuerzo se perdió. Fue muy frustrante después de tanta lucha. Yo no quería regresar derrotado. Ahora vivo con mi familia porque no tengo suficiente para mantenerme por mí mismo”. 

Vivir en paz y dignidad

En esta situación se encuentran muchos retornados. “En Cáritas estamos intentando que los venezolanos puedan vivir en paz, con justicia y dignidad, en su propia tierra –apunta Janeth–. Hoy podríamos decir que nuestra principal línea de trabajo es visibilizar y atender a las personas vulnerables en Venezuela. Atendemos a embarazadas, niños y lactantes en riesgo de desnutrición. También procuramos ayudar a las personas con sus medios de vida; y en el área de migración y movilidad humana, estamos desplegados en las fronteras para atender a los miles que siguen dejando Venezuela”.

Muchas puertas se han cerrado para la migración legal y las personas eligen el camino de la migración irregular. Los jóvenes venezolanos se unen a los migrantes centroamericanos que, en condiciones de peligro extremo, cruzan el Darién hacia Norteamérica. Las mujeres caen presas de redes de trata y explotación que operan en fronteras marítimas como Güiria y Delta Amacuro.

“En cada frontera venezolana, desde Táchira, Zulia, Sucre, Apure, hasta Bolívar o el Delta, están las Cáritas Diocesanas haciendo un trabajo de prevención, atención e información.  No obstante, hemos llorado este año la muerte de 30 de nuestros hermanos en el incendio de un centro de detención en México, que se suman a los que fallecieron arrollados en una carretera en Texas –lamenta Janeth–. Son víctimas de la indiferencia y la xenofobia que han endurecido tantos corazones”.

Migración, un río que no cesa

En torno a 7,3 millones de personas han tenido que abandonar Venezuela. Más de 6 millones están en países de América Latina. Otros 400.000 han viajado a España. En una primera oleada, migraron las personas con más poder adquisitivo. Posteriormente, a medida que la crisis se agravaba se fueron sumando profesionales, como médicos o profesores; y finalmente se están yendo las personas más pobres y afectadas por la escasez, la violencia y la falta de oportunidades.