Por si Haití no tuviera suficiente con el clima de violencia extrema que parece haberse instalado en el país, la ONU alerta de que la inseguridad alimentaria está alcanzando unas cotas tan altas que ponen a su población en riesgo de hambruna.

JuanMa Parrondo, delegado de Cáritas Española en Haití y República Dominicana

Llego bien temprano por la mañana al mercado que se realiza, los martes y los sábados, en la comunidad haitiana de Cavaillon, en el suroeste de Haití, punto estratégico en la Carretera Nacional 2 entre Les Cayes y Puerto Príncipe, la capital. En esta época del año amanece a las 6:30. A esa hora, ambos lados del camino ya están ocupados por decenas de comercios informales en mesas de madera destartaladas, con muchos de sus productos exhibidos directamente en el suelo.

El comercio de alimentos está dominado por mujeres; casi todas venden lo mismo: latas de leche condensada, cubitos de condimento, paquetes de espaguetis, salsa de tomate, aceite vegetal y refrescos de todos los colores. Todos los productos tienen un denominador común: son de la calidad más baja del mercado y con el precio más reducido posible.

Pero, aun así, hace nueve meses que apenas se vende. A los clientes no les alcanza el dinero para comprar.  En Haití se ha instalado el ladrón silencioso más perverso, la inflación. Siempre acompañado por su hermano gemelo, el fantasma del hambre.

Otra crisis más

La nueva crisis humanitaria de nuestra década crece por semanas en Haití: el hambre. Algo impensable en un país tropical donde se pueden lograr hasta cuatro cosechas al año, pero que debido a una serie de eventos desafortunados ha acabado en una tormenta perfecta y letal. Todo el mundo comenta lo mismo: escasez, precariedad, preocupación por el futuro y desesperanza.

Precios por las nubes

El primer factor del hambre en Haití es, como decimos, el aumento desorbitado de los precios provocado por la devaluación de la moneda nacional, el gourde haitiano. Hace apenas un año y medio se necesitaban 66 gourdes para comprar un euro, ahora se necesitan 167.

El saco de arroz, por ejemplo, el producto estrella de la dieta nacional, se vendía hace un año a 3.200 gourdes y ahora cuesta cerca de 9.000, casi el triple.

El Ministerio de Trabajo aprobó hace unas semanas un aumento del salario mínimo nacional de un 37 por ciento para dejarlo en 17.810 gourdes, poco más de 100 euros. Una medida a todas luces insuficiente atendiendo al incremento de la inflación, pero, además, porque en este país el 85 por ciento de la economía es informal, y no se respetan las normas –como las subidas de sueldos– que decreta el Estado.

La violencia como causa del hambre

El primer factor del hambre en Haití es, como decimos, el aumento desorbitado de los precios provocado por la devaluación de la moneda nacional, el gourde haitiano. Hace apenas un año y medio se necesitaban 66 gourdes para comprar un euro, ahora se necesitan 167.

El saco de arroz, por ejemplo, el producto estrella de la dieta nacional, se vendía hace un año a 3.200 gourdes y ahora cuesta cerca de 9.000, casi el triple.

El Ministerio de Trabajo aprobó hace unas semanas un aumento del salario mínimo nacional de un 37 por ciento para dejarlo en 17.810 gourdes, poco más de 100 euros. Una medida a todas luces insuficiente atendiendo al incremento de la inflación, pero, además, porque en este país el 85 por ciento de la economía es informal, y no se respetan las normas –como las subidas de sueldos– que decreta el Estado

Un país en “alerta máxima”

Con todos estos ingredientes, la crisis alimentaria está servida. Las agencias de desarrollo de la ONU, como el Programa Mundial de Alimentos (PMA), han lanzado varias advertencias escalofriantes. Un 22 por ciento de los niños menores de cinco años sufren desnutrición y casi cinco millones de haitianos, un 45 por ciento de la población, necesita hoy ayuda urgente para alimentarse. Un informe del PMA y la FAO, publicado a finales de mayo, ha situado a Haití en el “máximo nivel de preocupación”, con un riesgo muy alto de hambruna o de “caer en condiciones catastróficas”.

Trabajar por la seguridad alimentaria

Para luchar contra el hambre, Cáritas Diocesana de Les Cayes ejecuta dos proyectos de seguridad alimentaria en el sur de Haití. Uno de ellos es para la población afectada por el terremoto de 2021 en la comunidad de Dory.

En mi viaje a la zona llegamos a Dory en el momento en que el sacerdote de la parroquia, el Padre Percy Jean Manel, estaba distribuyendo cepas de plátano y semillas para los habitantes. Nos recibe frente a su templo totalmente destruido por el temblor de tierra. Sorprende su ánimo atendiendo a la gente y la organización de los voluntarios de la Cáritas parroquial. “Esta ayuda es la única que han recibido mis feligreses”, comenta resignado. “Pero la Iglesia siempre está cerca. A la primera persona que acuden cuando tienen un problema es al padre”, nos dice con una gran sonrisa.

El otro proyecto es el de Torbeck, en una extensa vega de gran capacidad productiva pero, en  gran parte, abandonada. Cáritas lleva cinco años en la zona. Se han distribuido animales, se han creado huertos, se han fomentado grupos de ahorro. Los proyectos se han convertido en un muro de contención contra el hambre. La clave de su éxito está en que trabajan en comunidades muy aisladas, por lo que se abastecen de productos locales, impulsando la producción agrícola y ganadera que no depende de las importaciones del exterior.

Lo más admirable es la perseverancia de los técnicos que llevan a cabo el proyecto en las comunidades, el agrónomo Delva, el coordinador Edrice, el padre Gousse, el veterinario y las enfermeras de los programas de salud. Todos siguen ahí, al pie del cañón. Ni siquiera mencionan que, en menos de un año, su oficina fue saqueada tres veces por una multitud con palos y piedras. Eran grupos de manifestantes angustiados por la escasez. Entraron en Cáritas buscando los almacenes de comida. Simplemente, tenían hambre.

Las lluvias no llegan

Otra causa del hambre tiene que ver con la escasez de alimentos. Dos de las zonas más productivas del país, las mesetas del Plateau Central, en el centro del país, y la tierra baja productora de arroz, en la ribera del río Artibonite, sufren de una extrema sequía desde noviembre. La estación lluviosa, que siempre arranca en abril, se ha demorado, y la producción de tomate, pimiento, habichuelas, yuca, batata, plátano o el mismo arroz ha sido menor. Hay menos comida disponible y, la que hay, es más cara.

Haití, una crisis perpetua

Haití, el país más pobre y desigual de América, soporta cuatro crisis al mismo tiempo: la medioambiental, la política, la de violencia en las calles y la alimentaria. Una sola de ellas harían temblar a cualquier país. En Haití hace demasiados años que son la norma. La inestabilidad política y la corrupción han sido una constante en un país que es especialmente vulnerable al cambio climático y a los desastres naturales. Los terremotos y los huracanes son muy dañinos en una isla donde su población vive hacinada en edificaciones frágiles de barrios pobres, y donde el 98% de los bosques han desaparecido.

La dificultad de vivir cada día se mezcla con el miedo que se ha instalado en la mente de los haitianos. Por todo el país hay bandas armadas que roban, extorsionan y secuestran en cualquier esquina, en un trayecto, en tu propia casa. Ya nadie se escapa. Primero fueron los extranjeros, luego los empresarios, luego los comerciantes, después los religiosos y ahora nadie se salva. Es como si el país entero estuviera secuestrado. La policía ya no controla el territorio. El Gobierno es inexistente incluso antes del asesinato de su presidente, Jovenel Moïse, en julio de 2021. 

Las diez oficinas de Cáritas en el país siguen abiertas. Cuatro de ellas han sido saqueadas, pero siguen ofreciendo apoyo a la población más vulnerable en los peores momentos. Es su razón de ser: la caricia de la Iglesia contra la pobreza, la fuerza de la esperanza contra el miedo.